La presencia de Max Aub en La Vanguardia ha sido analizada por el gran experto Manuel Aznar Soler[i]. Además de tratar el ámbito teatral[ii], tres artículos escritos durante la primavera de 1938 (cuando fue reclutado para colaborar en el rodaje de Sierra de Teruel) fueron también reproducidos en el mismo número El correo de Euclides. Sin embargo, uno más cabe ser citado, el que aquí ofrecemos dedicado a una chica asturiana, Agripina García Feliciate[iii], que esperamos os agrade.
UNA MUCHACHA ESPAÑOLA
Max Aub (La Vanguardia, 29.05.1938, pág. 4.
Lo primero que se alcanza es su dulzura. Tiene los ojos, igual que la boca, pequeños, el pelo castaño y rizado, la voz grave y el aire alegre. Veintidós años y asturiana, de tierra adentro. No solo de la tierra lejana del mar, sino de la que vive de sus entrañas. Su padre es carpintero; el pueblo pequeño. Su madre atiende a los quehaceres de la casa, donde viven como huéspedes unos cuantos mineros, es católica y cuida de que su hija tenga una educación religiosa, como debe ser. La chica va a la iglesia, aprende a cantar en el coro: el pueblo tiene orgullo de poseer un buen maestro en el cura; este ha escogido nueve muchachas entre las de mejor ver del lugar para que canten en las vísperas y los domingos en la misa. Las más agraciadas suelen ser escogidas para cantar los solos. A la muchacha le molesta que no atienda exclusivamente a la calidad de la voz. Un día el «padre» le dice: “Ven esta tarde a las seis y ensayaremos un solo”. “¿Sola?”, “Sí”. Ella se lo dice a la madre y esta le prohíbe que vaya y comenta dolida, baja la voz: «No todos los representantes del Señor son como debieran ser». El pueblo es triste y de ese color verdinegro que alcanza Asturias camino de sus minas. Los setos y rodales son casi negros en los mil días de lluvia y niebla. Los mineros que viven en su casa son hombres duros y amables, y a la muchacha le gusta hablar con ellos; le cuentan sus miserias y tristezas, sus deseos de vida mejor: ella los comparte. Los mineros han pedido a las empresas que se pongan en las bocas de las minas unas duchas que les permitan adecentarse al finalizar su labor. La empresa se niega, se declara la huelga, llevaron preso a un capataz, le muele a golpes la Guardia civil: es la costumbre. Pero esta vez han pasado de la medida corriente: tres costillas rotas. El obrero conoce a los que le han dado la paliza. Cuando le sueltan, habla con sus amigos y deciden devolver los golpes. Le hablan a la moza. A la entrada del pueblo crecen maizales, se esconderán allí. Ella, cuando vea llegar a la pareja, no tiene sino silbar. A la caída de la tarde aparecen entre las altas lanzas los fusiles conocidos.
—Luego continué. No sospechaban de mí. Pasé armas y folletos. Tenía 17 años.
Llegó octubre del 34. Fui a Trubia, fui a Teberga, estuve al frente del cuartel. Allí estuvimos hasta el 19. Me escondieron luego en un pueblo pequeño y muy feo, donde me aburría mucho. Por otra parte todos le aseguraban a mi madre que, como yo no había hecho nada y era menor y conocida de todos, nada me podía pasar. Mi madre vino a por mí. La noche misma de mi llegada al pueble, Doval en persona me prendió. Éramos 200 y nos pegaron terriblemente.
La muchacha habla con una voz dulce, baja y emocionada; es bonita en su sencillez.
—Me cogieron más rabia porque yo contestaba,
Nos metieron en un cuartucho estrecho a veinte hombres y a mí; no nos podíamos mover. Nos llevaron luego a una estancia grande del cuartel. Éramos ahora treinta y seis. Uno a uno nos daban de palos, queriendo saber dónde estaban las armas. Los sacaban luego al patio y los remataban a tiros. Quedamos doce. De los treinta y seis solo dos “cantaron”. Me acuerdo sobre todo de Fombona. Fombona era un gran camarada. Tenía más de cincuenta años, muy ilustrado, y como tal le tenían más rabia. Le dolía siempre la pierna, que, a consecuencia de cinco operaciones, apenas podía mover: se la cogían y meneaban en todas direcciones, estirándola, doblándola, dándole vueltas. La empezaron a dar en la cabeza, le estiraban el bigote hasta hacerle manar la sangre, sangre que después ya le saltaba de los ojos, la boca y las orejas. Llevaba una sortija, un tresillo que tenía en mucho. Le reventaron los dedos y la sortija cayó al suelo, no la podía coger. Me dijo: “Dásela, a mi familia”. La recogí pegajosa de sangre, luego se la quitaron, y cuando la pedí al salir de la cárcel, se reían.
Lo mataron á palos, ahí, delante de nosotros. El ruido mate de los vergajos sobre la carne con los huesos rotos. Lo arrastraron al patio.
—¿Dónde está González Peña?
—¡Dónde están las armas? Ya lo diréis, canallas.
Y pegaban. —Sí, y a mi también, como si fuera un hombre. Luego los que quedamos nos llevaron a Gijón, al barco, y luego al convento de las Adoratrices.
Salí de la cárcel a los siete meses, a pesar de estar condenada a veinte años, por ser menor de edad.
Fundamos entonces el Partido en mi pueblo. Tengo el carné número 2. Y así llegó julio del 36. Yo era secretaria del Comité Provincial Femenino. Al llegar los rumores de una posible rebelión, me fui a Oviedo. Todo aparecía tranquilo. Nos aseguraron que Aranda era leal a la República; cuando de pronto un compañero nos avisó que significados fascistas entraban en el cuartel. No era posible que los compañeros de Oviedo fuesen a ver lo que sucedía; eran demasiado conocidos. Fuimos allá un guardia municipal y yo, cogidos del brazo, como si fuésemos novios: se celebraba una verbena por los alrededores. Confirmamos lo que se nos había dicho y se cursaron las órdenes oportunas, pero era demasiado tarde: la tropa estaba en la calle. Nos escondimos hasta que nos informaron de que Trubia era nuestro. Y hacia allí fuimos, unos tras otros.
Y enseguida al frente; estuve de fusilera, dos meses, en Sograndio. El miedo me lo aguantaba- Hasta que me llamó el Partido.
Tuve mucha pena de dejar el frente, porque me habían hecho sargento. Fui a Sama como presidenta del Comité Provincial de Mujeres Antifascistas — donde había católicos y republicanos, anarquistas y marxistas — a hacer propaganda en los frentes. Ocho días antes de la caída de Asturias, organizamos un homenaje a los aviadores leales. Gijón. Yo no quería marcharme, tenía más confianza m el monte que en el mar. Y no quería que me mataran huyendo. Mía compañeros, ya una vez en el barco, al ver que yo no estaba, volvieron a buscarme a la Casa del Pueblo. El barco era un zapato remendado. Tuvimos cuatro o cinco días de navegación, y cuando el barco llegó a Francia, se rompió.
Yo no sé hablar francés, pero ¡cuanto hubiese querido saberlo para darles las gracias por lo bien que se portaron conmigo! No se puede hacer idea, de ello: porque llegué enferma. Eran muchos meses de trajín. Quisieron que me quedara algún tiempo; no quise y llegué a Barcelona. Aquí, quieras que no, me mandaron a Puigcerdá. Me escapé de allí cuando la toma de Teruel. (Y se ríe al feliz recuerdo).
EJ 16 de marzo corrían malos vientos. Subida en un camión salimos a llamar a la gente para que acudiera a la manifestación de apoyo al presidente Negrín, para que exteriorizara el pueblo su deseo de combatir hasta la victoria. A mi me gusta hablarle a la gente. Me pasé la tarde gritando; «España no es Austria». Ya sabe que antes de terminar la manifestación apareció la aviación italoalemana; fue el principio de aquellos terribles tres días de bombardeos. Indiqué a los compañeros que conducían el coche la conveniencia de ir a tranquilizar a la gente, y bajamos hacia los lugares más concurridos de la ciudad, tocaban las sirenas y la gente de vuelta de la manifestación corría; los exhorté a la calma, y lo conseguí: “Al metro los que quieran, las bocas están al volver de aquella esquina; los otros pegados a las casas o en los portales». Y luego les gritaba en el altavoz. «Más vale morir en pie que vivir de rodillas».
A la muchacha le da cierta vergüenza contar todo esto. Baja los ojos. Y grité nuestro “¡No pasarán”, y una mujer vieja acogida en un portal, llevada sin duda de un lado por su miedo y, por otra parte, por mi entusiasmo, me contestó, refiriéndose a los aviones que en aquel momento descargaban su muerte: “Pasarán por arriba, pero no por abajo”.
Se llama Agrlpina Feliciate, tiene 22 años y su aspecto es dulce y alegre. Se parece por fuera a miles de muchachas españolas. Nada impide creer que — por dentro — hay muchas como ella, esperanza nuestra,
MAX AUB
NOTAS:
[i] AZNAR SOLER, Manuel (2008). “Max Aub, colaborador del diario barcelonés La Vanguardia durante el año 1938”. El correo de Euclides, número 2, Página 140. Seguido de tres de los artículos publicados.
[ii] Max Aub era a la sazón secretario del Consejo Central del Teatro. Ver: AZNAR SOLER, Manuel (1993). Max Aub y la vanguardia teatral. Escritos sobre teatro 1928-1939. Valencia, Universidad de Valencia.
[iii] https://buscar.combatientes.es/resultados/Agripina/Garcia/FELICIATE Memorable su discurso de 1936 con 20 años, en Radio Emisora Gijón, en calidad de secretaria femenina del PC provincial: https://elcieluporasaltu.blogspot.com/2006/12/discurso-de-agripina-garca-feliciate.html
