2.- INTERNACIONALIZACIÓN – MARZO 1937 – JUNIO 1938
ÍNDICE:
2.- INTERNACIONALIZACIÓN – MARZO 1937 – JUNIO 1938.
2.1. América, América:
Le Havre, finales de febrero de 1937. Desde una escotilla de tercera clase, dos atractivas mujeres están mirando la llegada de los pasajeros de primera clase[i]. Sonríen cómplices. Se susurran comentarios al oído, aunque no hay nadie a su alrededor. Josette está pletórica: la lleva con él. Y no a un encuentro clandestino en una guinguette a orillas del Marne, ni tampoco en el hotel du Louvre, donde unos días atrás él la miraba ensimismado mientras ella le mostraba los modelos de Lanvin que llevaría en los Estados Unidos. Ahora parece serio: un viaje de más de un mes de duración, en un país que desconoce, donde se codeará con lo más granado de los intelectuales de izquierdas y, ¡por encima de todo!, con actores de Hollywood. De repente se crispa, su amiga Suzanne Chantal lo nota.
Llega André rodeado de señores encopetados y, agarrándose de su brazo, Clara Malraux. Él reparte sonrisas, recoge encargos y recomendaciones, estrecha manos. Está impaciente por subir al trasatlántico Paris, que ya ha hecho sonar su primera sirena anunciando la inmediatez de la partida. Han debido retrasar unos días su partida debido a la negativa de la embajada estadounidense a dar el visado a un peligroso activista que apoya al comunismo internacional. Al final su André lo consiguió, pero ello le obligará a hablar más de ambulancias que de aviones, de médicos que de las Brigadas Internacionales. Ya en Toronto, sin embargo, llegará a decir al periodista Edward Knowles del Toronto Star, al preguntarle por los personajes que según él representan mejor el ideal democrático[ii]: Hay tres, Stalin, Blum y Roosevelt. Y luego, al inquirir sobre el número de brigadistas internacionales en la contienda: Son unos 15.000, aunque un 60 % están muertos o heridos.
Su fiel amigo y compañero de escuadrilla, Raymond Maréchal, se ocupa de sacar de un lujoso coche unas maletas que entregará a un mozo. Josette no conoce a la mayoría de los presentes, aunque intuye que deben ser miembros del ministerio de Aire de Pierre Cot, o del gobierno republicano, para el que su amor va a recoger fondos y, como siempre recalca, apoyo moral y político. Clara no le suelta. Josette los mira con cierta aprensión, aunque sabe que lo tendrá solo para ella durante todo el periplo.
Advierto que hay cierta discrepancia entre los historiadores, respecto a las fechas del viaje que se va a relatar. Según Lacouture, llega a Estados Unidos a primeros de marzo. Ello encajaría con el retraso debido a la visa de entrada de Malraux. Así pues, uno de sus más relevantes discursos, en el banquete ofrecido por The Nation, se tuvo que posponer al 13 de marzo. Sin embargo, según el detallado anexo de Thornberry, dicho discurso, “Forging Man’s Fate in Spain” se dio el 26 de febrero, mientras que no figura ninguna actividad el mencionado día 13. Para este relato, nos acogeremos al relato de Lacouture, ya que según publicaba Publisher’s Weekly: André Malraux was unable to be in New York on February 28 to be guest of honor at a dinner sponsored by The Nation…
Dos aproximaciones distintas a un hombre que está construyendo su propio mito. Clara, la compañera de aventuras, la sintonía en planteamientos políticos, y también la introductora en una sociedad elitista, cerrada para los advenedizos. Josette, el reposo del guerrero, la intimidad, el saberse adorado, una calma necesaria en pleno terremoto mundial, con el fascismo esparciéndose por todas partes, agitando sin cesar la conciencia del intelectual que necesita la acción, más allá de presupuestos teóricos.
Lo dijo y repitió dos semanas antes en el mitin de la Mutualité, sentado entre André Gide y Julien Benda. Organizado por la Alianza Internacional de Escritores, había sido un éxito total de público, en un intento de presionar al gobierno francés que mantiene su vergonzosa No Intervención. Sin embargo, la presidencia de Léon Blum se tambalea, aguantará hasta junio, pero no está en condiciones de afrontar una crisis como la que comportaría un cambio en el acuerdo tomado en agosto del año anterior. La prensa de derechas es inmisericorde también con André Malraux. François Mauriac dirá, en L’Echo de Paris, a raíz de su discurso del día 1: “Sobre un fondo rojizo, el pálido Malraux se ofrece, hierático, a las ovaciones. Las imágenes que inventa, en vez de caldear su discurso, lo congelan: son demasiado complicadas, se nota al hombre de letras… El punto débil de Malraux es su desprecio por el hombre”[iii]. Brassilach, en Je suis partout, le recrimina haber mencionado en su parlamento al corresponsal de France-Soir, Louis Delapré, muerto al ser atacado su avión por cazas republicanos (hecho no demostrado), siendo André uno de los jefes de la aviación. Al contrario, Armand Petitjean, reconoce que “señor Malraux, no teniendo una especial simpatía por usted, desde que se ha puesto a hablar, no a los que estábamos en la sala, sino a los que están en las trincheras, me ha dado una idea de lo que es la grandeza humana”[iv].
En el acto, no solo habló Malraux, también lo hicieron Rafael Alberti, María Teresa León, Louis Aragon o Max Aub. Este no pensaba hacerlo, habiendo sido el propio Malraux quién le convenció. Mientras pronunciaba sus encendidas palabras, en su rico francés, no sabía que aquel evento le implicaría grandes perjuicios. Su discurso, improvisado, formaría parte de la ficha policial que lo consideraría un “comunista” (cosa que nunca fue) peligroso y de acción. Durante la ocupación de Francia, dicha imagen y también una denuncia anónima a la embajada franquista de José Félix de Lequerica, le llevarán a varios campos de concentración[v].
Días después del mitin de la Mutualité, Max Aub se había despedido de André. No podría ir a Le Havre, estaba ya ultimando los preparativos para que su esposa Peua y sus hijas fueran a París; dejaría ya el triste hotel, había encontrado un luminoso apartamento en el Boulevard Souchet. Además, los preparativos para la Exposición Internacional, los primeros contactos con Picasso y Sert y, cuando podía, su pasión por el teatro le llenaba todo el tiempo disponible. Tenía ya en marcha la representación de Numancia de Cervantes, con puesta en escena de Jean Louis Barrault… No, no podría acompañarle a Le Havre, pero estaba seguro de que su viaje a Estados Unidos sería un éxito, no solo económico, sino también político y diplomático.
Josette se ha despedido de su amiga íntima, Suzanne Chantal, en Southampton. Lo han celebrado con André en el bar de primera clase. A partir de ahora, son una pareja de enamorados que parten al Nuevo Mundo para difundir la situación en España, y pedir ayuda para un gobierno legítimo asediado por unos sublevados a quienes apoyan las fuerzas nazis y fascistas, a pesar de un vergonzante acuerdo de No Intervención. Estados Unidos no lo había firmado, pero su Neutrality Act[vi], fechada en agosto de 1935, y con una reciente corrección en febrero de 1936 (que añadía la prohibición de dar créditos a los beligerantes) a raíz de la invasión italiana de Etiopía (dejando esta a merced del poderoso ejército fascista), establecía de facto un bloqueo a los suministros a la República, mientras que bajo mano, algunas empresas petroleras sí suministraban al bando franquista.
El viaje es placentero, lleno de expectativas. Al requerimiento de Josette para que André deje constancia escrita de sus experiencias en España, este le confirma que ha hablado ya con Gallimard, que en cuanto tenga un minuto de sosiego empezará a escribirlas, que tiene algunos apuntes no solo de experiencias propias sino también de sucesos que le han contado. Se empieza a gestar L’espoir.
A su llegada, junto con representantes de la embajada española, acudirán a recibirle miembros de la revista The Nation, que a los pocos días le ofrecen un banquete de bienvenida en el Hotel Roosevelt, que estaba previsto para el 26 de febrero y fue aplazado. Allí, André cuenta vivencias de la Escuadrilla, impresionando al público con ejemplos de heroica solidaridad. Josette, que se ha sentado a su lado en la mesa, lo escucha embelesada, al igual que la predispuesta asistencia formada por lo más relevante de la política y las artes de tendencia progresista.
Ya desde el primer momento, Malraux ha intentado conseguir una entrevista al más alto nivel. Unos minutos con Roosevelt darían la vuelta al mundo, sería el espaldarazo a todo su esfuerzo. No lo conseguirá. Se lo dicen el miércoles 3 de marzo, cuando llega a Washington para dar una conferencia promovida por la American League against War and Fascism. La sala del Hotel Williard de la capital está llena de gente. Insiste en sus recuerdos de la guerra, repite lo apuntado en Chiva, durante el entierro de Jean Belaïdi[vii]: “Siguiendo las camillas de los heridos, me he dado cuenta de que está sucediendo algo sin precedentes desde la Revolución francesa: la guerra civil mundial ha empezado”.
André piensa que quizá con la ayuda de Ernest Hemingway conseguirá una audiencia presidencial, o al menos de la primera dama, Eleanor Roosevelt, pero le informan de que el escritor está ya en París ultimando su viaje a España. Le dan a saber además que el americano tiene la intención de rodar una película de apoyo a la República, para lo que ha montado ya la productora Contemporary Historians[viii]. A pesar del contratiempo, su estancia en Washington es también un éxito como lo fuera en Nueva York. Al cabo de un par de días, el 6 de marzo, da una de las conferencias más significativas en el New Lecture Hall de la Universidad de Harward: “The facist Threat to Culture”. A la semana siguiente, de vuelta en Nueva York, dos nuevas conferencias, el día 11 en el Meca Temple Auditorium, organizado por la North American Committee to Aid Spanish Democracy, y el 16, en el Hotel Pennsylvania por la American Friends of Spanish Democracy. Organizaciones izquierdistas que, a pesar de la oposición de un amplio sector de dirigentes estadounidenses, se esfuerzan por recaudar fondos, comprar y mandar ambulancias, medicamentos y, a escondidas, apoyar a los voluntarios que se unen a las Brigadas Internacionales.
Pero la verdadera obsesión de André es la costa oeste. En Hollywood, los días 22 y 23 de marzo, dará sendas conferencias en el Hollywood Roosevelt y el Srine Auditorium. Josette alucina con las estrellas cinematográficas que acuden a las citas, lo que la compensa de los largos periodos de tiempo que permanece sola, en el hotel o visitando la ciudad, para lo que siempre cuenta con algún voluntario deslumbrado por la rubia francesa que acompaña al famoso escritor. Ella quisiera saludar a Joan Crawford, tener delante a los mitos que aparecen en las revistas de París. Coincidirá con Charles Chaplin, James Cagney, Edward G. Robinson o Boris Karloff, el famoso intérprete de Frankenstein que le confesará que a él, “Malraux le asusta”[ix]. En uno de los escasos momentos de asueto, han visitado el desierto. Allí, la supersticiosa Josette ha comprado unas pequeñas imágenes de dioses de los indios Hopi, que se convertirán en sus fetiches. La historia demostrará su inexistente poder.
La gira está resultando un éxito. El periódico Ce Soir el 23 de marzo informa que solo en Hollywood se han recaudado más de un millón de dólares que servirán para la compra de equipos médico[x]s. Además, otro fruto está naciendo. El contacto con el mundo del cine hace que Malraux se dé cuenta de la importancia del séptimo arte como formador de la opinión pública. Y es precisamente esto lo que precisa la República. No serán los congresistas, ni siquiera el apoyo de algunos intelectuales, sino el público quién pueda forzar al presidente Roosevelt a cambiar, con su ayuda, el curso de la guerra.
La cena está resultando un éxito. Josette, radiante, con un nuevo vestido estrenado para la ocasión, está sentada a la derecha de uno de sus anfitriones, el joven escritor de origen armenio William Saroyan. Deslumbrada por la brillante conversación y sus vivos ojos de azabache, no atiende a la conversación entre André y la actriz Miriam Hopkins y Chevalier que ejerce de traductor[xi]. Ella le habla de la última película que ha rodado, The woman I love, un triángulo amoroso, con la infidelidad de la bella esposa de un piloto de la primera guerra mundial (interpretado por Paul Muni) con el ametrallador de su tripulación. El espíritu de la aviación de guerra envuelve a los dos comensales. En un momento dado, Marlène Dietrich, sentada enfrente, dice profética:
—Solo mediante el cine llegarás a crear opinión pública. Olvídate de que escritores tachados de comunistas puedan influenciar a la masa. La masa, los votantes, los que sí pueden empujar a Roosevelt a cambiar de actitud se encandilan con el cine.
Ella es el foco de toda la atención. Acaba de rodar Desire[xii], con Gary Cooper, las vicisitudes de una ladrona que confía un collar de perlas a un apuesto ingeniero que marcha de vacaciones a España, hasta enamorarse de él.
El vuelo de la conversación da un giro hacia el cine y su capacidad de influencia. Malraux recuerda su estancia en Rusia (en este ambiente sí puede), sus encuentros con Eisenstein y la intención de este de pasar La condición humana a la pantalla.
—Te lo digo yo —quién habla es Clifford Oddets, dramaturgo que el año anterior ha estrenado su reivindicativa Awake and sing! No valen las novelas, ni tan solo las obras teatrales. El cine. El cine es el futuro. Solo hay que ver la cara con que la que la gente mira lo que le echen, y salen con la idea en la cabeza.
Haaron Chevalier, su traductor de La condición humana sonríe resignado. Miriam mira fijamente a los ojos al francés:
—¿Quieres que hable con la Paramount?
“No hay tiempo”, piensa André excitado por la propuesta. Tampoco es posible decidirlo sobre la marcha. Pero ineluctablemente la idea irá cuajando en la cabeza de Malraux. Una película, sí, claro. Y para ello servirán las ideas que ya está pergeñando para una novela. Pero quizá mejor en París, donde Corniglion puede ayudarle técnica y económicamente. No en América, donde no habla suficientemente su idioma, donde todos son estrellas y él sería solo un servidor. Sí, una película rodada en Joinville, con un apuesto comandante de escuadrilla, con un campesino atravesando las líneas para informar a los aviadores, con el pueblo solidario levantando el puño, con los internacionales muertos en combate… Sí, una película. Pero dentro de tres días salgo para Toronto y Monreal. Y aquí aún me quedan San Francisco y Berkeley. Sí, una película, de todas, todas”. Se están dando los primeros pasos que conducirán a Sierra de Teruel.
El Hollywood progresista seguirá con la idea. En pocas semanas se empezará a rodar The last train from Madrid para la Paramount y Love under fire para Twentieth Century Fox, historias con la guerra civil de fondo, tratados con la ligereza y falta de compromiso que imponía la época, la recelosa administración y los gustos populares.
Por fin en Canadá. Malraux puede ahora hablar en francés. En Toronto da dos conferencias: una de ellas en la universidad, organizado por el Bethune Committee, en honor del relevante médico que se ha unido a las Brigadas Internacionales. Y luego en Montreal, el 3 y 4 de abril, cuatro conferencias organizadas por el Comité pour l’aide médicale à l’Espagne y la Canadian League Agains War and Fascism. Éxito total, salones a rebosar y entrevistas en la prensa. Y una anécdota que contará más tarde. En Montreal, un obrero se le acercará y le entregará un reloj de oro. Al preguntarle por qué, responde: “Porque no tengo nada más precioso que dar a mis camaradas españoles”.
Durante su regreso a Francia a bordo del S/S Normandie, André ha empezado a escribir notas sobre su novela sobre la guerra de España que servirán posteriormente como base a una película. Es una nueva etapa, en la que de nuevo va a poner todo su empeño, toda su imaginación y toda su capacidad en ella. Hasta el transatlántico parece sumarse a su excitación, con sus tres chimeneas humeantes avanzando a toda velocidad a la búsqueda de su segunda “banda azul”[xiii], lo que conseguirá meses después.
Cinco días después de partir de Nueva York, Malraux y Josette cogen el tren Le Havre – París. Pero no se dirigen al hotel habitual. Él, con la cabeza rebosante de proyectos que le exigirán todo el tiempo disponible, y pese a los reproches de su amante, regresa a la casa conyugal de la rue du Bac, y a Clara y su disposición para acompañarle, a pesar de todo, en algunos eventos dando una imagen que esconde lo que, por dentro, se va deteriorando cada vez más. Mientras, Josette, decepcionada, después de unos días de encuentros cada vez más esporádicos en el hotel du Louvre, se ubicará en un piso junto a su amiga íntima Suzanne Chantal. No romperán, la nueva novela servirá de alivio. Las notas escritas en lápiz azul y rojo serán dactilografiadas por Josette, lo que le permitirá seguir con él en el día a día.
El empeño de Malraux por ayudar a la República no se debilita. El 23 de abril, dice en una entrevista de la periodista Edith Thomas para en Ce Soir[xiv]:
—Tengo ahora en la cabeza el recuerdo de las masas que ha habido que convencer, y que ahora están convencidas. Ante la Babel de círculos de estudios, de obreros de las fábricas, de campesinos del Canadá, ante las estrellas de Hollywood, he hablado de España […] Cuando un país se cubre de heridos, ningún servicio médico previo es suficiente.
Si las democracias no quieren intervenir militarmente, tendrían que aportar al menos una ayuda pacífica, una ayuda económica, una ayuda médica. […] No dudo que desde ahora, los Estados Unidos y Canadá continuarán aliviando las heridas del sufrimiento humano.
SABER MÁS:
NEUTRALIDAD AMERICANA Y SIERRA DE TERUEL. Como afectó a su realización.
ERASE UNA VEZ HOLLYWOOD… (G. Cladera). La izquierda en los estudios.
2.2. Del congreso a la Expo
Domingo, 11 de julio de 1937. Un sol de justicia es inclemente con el grupo de personas, mayoritariamente hombres, que suben fatigosamente las callejuelas que llevan al castillo de Peñíscola.
Han aguantado impertérritos los discursos de bienvenida dados por el gobernador de Castellón y el director de Minas (¿a qué su presencia?), y las respuestas del mexicano José Mancisidor y el cubano Juan Marinello, uno de los más activos participantes en el II Congreso de Escritores para la defensa de la cultura que se ha estado celebrando en Valencia y Madrid y que ahora se dirige a Barcelona de paso para París donde concluirá. Después de visitar el palacio del Papa Luna, descienden aliviados para regresar a sus automóviles. Max Aub y algunos más, que conocen el sitio, se han adelantado y esperan ya tomando una cerveza en el Alberge del Parador de Turismo de Benicarló. Es su pérgola cubierta, a la izquierda de la entrada, con vistas al jardín, comentan los avatares del congreso.
—Van a llegar exhaustos —dice Max mirando fijamente el vaso empañado, coronado de espuma.
Su interlocutor, André Chamson, el escritor editor de la prestigioso semanario de izquierdas Vendredi[xv], sonríe benévolo. Paladean la paz que reina en el recinto. Nadie diría que se está en guerra, que durante el evento se ha conquistado Brunete y Villanueva de la Cañada, que se está luchando en Albarracín, que de aquella línea azul que tienen enfrente pueden surgir en cualquier momento los Savoia-Marchetti que bombardean casi a diario la zona republicana. Max no puede dejar pasar la ocasión para comentarlo.
—Estamos en guerra, amigo André, estamos en guerra. Casi tengo remordimientos por gozar de este momento de paz.
—La guerra, sí —responde en francés, y con una sonrisa más amplia, añade—, pero las oleadas de discursos no son precisamente un regalo. Qué ganas tengo de estar de nuevo en París. Y aún nos queda Barcelona.
—Sí, con sus interminables sesiones folklóricas y discursos sobre las interminables cualidades de todo lo catalán. Con la recepción de esta noche tendré suficiente. Yo me marcho mañana, he de estar presente en la inauguración del Pabellón de la República en la Exposición Internacional. Posiblemente mi último acto allí.
—¿Cómo? —tercia Denis Marion, el belga amigo de ambos, conferenciante en la sesión del jueves anterior en el Auditórium de la Residencia de Estudiantes.
PARLAMENTO DE DENIS MARION (Madrid, 8.7.1937) (fragmento):
La justicia, dijo un pesimista, llega siempre a su hora, es decir, demasiado tarde. Demasiado tarde para sanar las llagas de los heridos, demasiado tarde para dar piernas y brazos a los mutilados, demasiado tarde para abrir los ojos muertos de los muchachos destrozados por las bombas. Pero nunca demasiado tarde para impedir el triunfo de la moral, nunca demasiado tarde para que una nueva generación aprenda que debe su felicidad, que debe incluso la vida, al valor y a la sangre que derramáis por ella.
Deja su vaso sobre la mesa y se sienta. Max sigue:
—Sí, voy a regresar a Barcelona. Machado me ha dicho que cuenta conmigo para el Consejo Nacional del Teatro y, que quieres que te diga, al menos estaré aquí, compartiendo algún riesgo, escribiendo, ayudando en lo que pueda. La diplomacia no es lo mío.
—¿Y Peua, y las niñas? —Marion conoce a la señora Aub.
—Quedarán en París. No quiero arriesgarlas de nuevo.
Un cuarto comensal, con un libro en la mano, se une al grupo. Magro circunspecto, tampoco ha sido atrapado en la ratonera hirviente de Peñíscola.
—Hola José. ¿Qué, tampoco te interesan los castillos?
José Bergamín blande el libro como una espada y lo deja sobre la mesa: “Retour de l’URSS” d’André Gide. Previendo el discurso, Max, que lo conoce bien desde sus colaboraciones en Cruz y Raya, le suplica:
—No, por favor. Mira el Mediterráneo. Hasta podrías bañarte. No tendrás muchas ocasiones —ironiza. Además, los otros estarán por llegar.
RETOUR DE L’URSS DE ANDRÉ GIDE[xvi] (fragmento):
Y como siempre acaece que sólo reconocemos el valor de ciertas ventajas después de haberlas perdido, nada mejor que una estancia en la URSS (o en Alemania, huelga decirlo), para ayudarnos a apreciar la inapreciable libertad de pensamiento que gozamos todavía en Francia, de la que a veces abusamos.
Denis Marion también quiere eludir la controversia que ha minado lo que llevan de congreso.
—Parece que lo de Albarracín va en serio. Teruel será nuestro en unos días. Además, Brunete. Franco no podrá acudir a todo.
Se calla que, vencido el puerto de Somiedo, los rebeldes están entrando en Cantabria. Aub recalca:
—Menuda ovación cuando se anunció que entrábamos en Brunete. El Congreso cogió otro aire.
Ya en Valencia, en el acto inicial, se habían oído palabras de entusiasmo, que daban sentido a la misión de tantos intelectuales comprometidos.
PALABRAS DE JULIO ÁLVAREZ DEL VAYO (Comisario general de la Guerra). Valencia, 4.7.1937.
Nosotros estamos seguros de la victoria, porque estamos seguros del porvenir de la Europa democrática frente al fascismo, porque sabemos, como decía nuestro presidente Negrín, cuántos millones están a nuestro lado, cuántos hombres sienten la causa de España como causa propia. Movilizadlos a todos, congresistas de este comicio de defensa de la cultura, es vuestro deber, como lo habéis venido cumpliendo hasta aquí y que ahora cumpliréis con un doble entusiasmo cuando piséis el pueblo de Madrid.
Al día siguiente, llegados por la tarde cerca de Madrid, se habían detenido en Canillejas para un acto de bienvenida:
PALABRAS DE JOSÉ MIAJA (General jefe del Ejército del Centro), leídas por el coronel Redondo). 5.7.1937
No nos engañemos: esta guerra, el mundo está convencido de ello, es del fascismo contra la democracia; se desarrolla en España por haber encontrado en ella terreno abonado. El fascismo internacional encontró en nuestro suelo unos elementos que, nacidos en ella, no la amaban ni la sentían, Sólo el odio a la democracia los pudo llevar a esta traición para con su patria.
El martes, día 6, ya en Auditorio de la Residencia de Estudiantes, que tantos intelectuales había generado y albergado, después de escucharse el Himno de Riego, con todos los presentes en pie y el puño en alto, se iniciaron las sesiones congresuales., con Rafael Alberti y José Bergamín entre otros en la mesa de la mañana, presidida por el cubano Juan Marinello, y por el periodista checo Egon Erwin Kirsch durante la tarde. Fue durante este sesión cuando se anunció la toma de Brunete.
PALABRAS DE MIJAIL KOLSOV (corresponsal del periódico ruso Pravda) 6.7.1937.
¿Cómo debe manifestarse el escritor en su contacto con la guerra civil española? Es claro que tienen razón los que argumentan que el escritor debe combatir el fascismo con el arma que maneja mejor: es decir, con la palabra. Ha hecho Byron con su vida más por la liberación de toda la Humanidad que con su muerte por la liberación de una sola Grecia.
Un detalle de cortesía fue ofrecido el día siguiente por el músico y militar Gustavo Durán (en el que se inspirará André Malraux para su personaje Manuel, protagonista de L’espoir), al hablar en francés, en correspondencia por los esfuerzos hechos por los ponentes franceses de hacerlo en español.
Han ido llegando al Albergue Parador de Turismo los congresistas provenientes de la agobiante visita a Peñíscola. Se esparcen por el jardín, a la caza de inexistentes sombras. A la mesa de Aub, al abrigo de la pérgola, se han incorporado otros compañeros, entre ellos Iliá Ehrenburg, corresponsal de Pravda. Sabiendo de su admiración por Malraux, Iliá, en su perfecto francés, señala:
—¡Uf! Ya tenía ganas yo de llegar. Solo faltaba la guardia presentando armas a lo largo del recorrido. ¿No tienen piedad de los intelectuales? Aunque eso sí, buenas palabras de Malraux el miércoles en el cine Salamanca. Y a ti —dirigiéndose a Bergamín—, un elogio merecido.
PALABRAS DE ANDRÉ MALRAUX. Madrid, 7.7.1937
Bergamín, en un discurso admirable, decía hace dos días: España está sola. Es muy cierto: el gobierno de España, con respecto a los restantes gobiernos y especialmente en relación con aquellos que pocos meses antes de la rebelión de Franco hablaban aquí de no comprar armas más que en Francia, para negarlas cuando los perros tomaron las suyas, vive hoy una trágica soledad.
—Sí, y contó la anécdota del obrero canadiense, mil veces oída —apunta el español, que no sigue al ver una mueca de disgusto en Denis Marion.
—Lo que quizá no sepáis es que por un pelo no lo cuenta —apunta el ruso, después de sorber su cerveza, con algo de espuma en las comisuras de los labios.
Y, con detalles quizá hiperbólicos, relata cómo casi se matan al estar a punto de chocar con un camión de munición, en su camino entre Valencia y Madrid.
—En Madrid André estuvo bien. Lástima que Gustavo Durán tuviera que traducir su rico francés, lo que ralentizaba el ritmo. Pocas mujeres, pero de gran nivel. Presidió Teresa, pero también hablaron algunas. Recuerdo a Anna Louise Strong, la americana, cuando se preguntaba lo que ha sido el leif motiv del congreso: ¿qué podemos hacer los escritores por la causa de España?
Llega el aludido, sudando, agitado. Acaba de oír las últimas palabras de Max:
—Si os sirve, yo por mi parte estoy en plena creación de una novela. La llamaré La esperanza. Saliendo de aquí voy a la paz de Vernet. ¡Qué ganas tengo de llegar!
—En Ce soir publicaremos fragmentos significativos —tercia Louis Aragon, que no se separa de él—. El libro, para Gallimard.
El eco de unos aplausos que llega del comedor anuncia que la mesa está servida. Un par de asistentes van a buscar a los esparcidos por el jardín y la playa del Morrongo.
Levantándose, Max aprovecha la ocasión para decirle a André:
—No podré estar en algunos actos de Barcelona. Tengo un avión para París al mediodía. Ya sabes: la Expo. Nos veremos en la clausura.
—Ah, sí, la Exposición. Vaya retraso, ¿no?
Sin esperar respuesta, el francés, con Marion y Ehrenburg, se van al comedor. Aub, rezagado, solo puede oír:
—Lo hable en Hollywood. Qué necesario es que los pueblos conozcan lo que aquí está pasando.
A lo que Marion, fundiéndose en el barullo hambriento, añade:
—Experiencias no te faltarán. Algunas me han contado Nothomb…
De los últimos en sentarse a la mesa, Max tendrá de contertulios a dos chilenos, Huidobro y Romero, un costarricense, Vicente Sáez y al sindicalista ferroviario español, Ángel Gallegos. Poco interés por lo que él pueda explicarles de París y sus cuitas por internacionalizar la causa republicana, en especial el pabellón que se inaugurará mañana. Les hablará de teatro, su pasión.
La Exposición internacional de las artes y de las técnicas aplicadas a la vida moderna, se había inaugurado en París el 25 de mayo, casi dos meses antes. En ella habían acudido 44 países de la más diversa posición política, como podía apreciarse en los pabellones de Rusia y Alemania, uno frente al otro flanqueando el Sena, a la sombra del nuevo palacio de Chaillot, que había sustituido al derribado del Trocadero. Significaría para la II República el mayor esfuerzo económico, en su nueva etapa de divulgación internacional de la injusta situación de bloqueo que sufría. Max Aub ha participado muy activamente, destacando su negociación con Picasso para el pago del Guernica, pero su aportación ha ido mucho más allá.
Por suerte, Vicente Huidobro se ha sentado a su izquierda tratando de alejarse de la ubicación de otro chileno, Pablo Neruda, con el que mantiene un rifirrafe constante desde hace años. Él, comunista a machamartillo, ha criticado siempre el posicionamiento más abierto del otro poeta, once años más joven, tachándolo de “antifascismo de salón”. Ni la iniciativa de apaciguamiento de Tristan Tzara dos meses antes, con una carta idéntica para ambos firmada por varios de los hoy asistentes al congreso ha conseguido un acercamiento. Huidobro está cansado de sermones, intenta relajarse y escucha empáticamente a Max Aub.
—Han sido unos meses de locura[xvii]. Araquistaín nos ha apoyado en todo, pero ha habido demasiados intervinientes, recelos y desidias más o menos intencionadas. Total, que vamos a inaugurar con dos meses de retraso. Y con nuevo embajador, que lo está poniendo todo patas arriba o, mejor dicho, de su lado.
—Pero es un hito importante. Miles de visitantes lo verán.
—Sí, y también las mentiras franquistas en el pabellón del Vaticano, que ellos llaman “Pavillon Catholique Pontifical[xviii]”.
—Ni punto de comparación. El arte está con la República.
—Puede, pero tienen un altar regalado por Franco frente a un enorme mural del catalán José María Sert. ¡Imagínate! Aludiendo a la intervención de Santa Teresa en la sublevación.
—¿Santa Teresa fusilando en las cunetas?
Los dos ríen sin ganas. Aub, encarando su plato de apetitosa paella, dice a media voz:
—El cambio de embajador, justo antes de la inauguración. Tantos cambios, tantos… El que no sabe dónde va, llega a otra parte.
Con el sólido arroz aún a medio digerir, llegarán a Barcelona. Sin tiempo de respirar un poco en el hotel Majestic, en el propio vestíbulo, ya tendrán un acto de bienvenida a cargo de la Alianza de Intelectuales por la defensa de la cultura. Una breve cena será el puente a otro acto en el Palacio de la Música, lo que los llevará a la cama pasada medianoche.
Al día siguiente, somnoliento, Max Aub repasará el discurso que debe dar la tarde de aquel lunes 12 de julio en la inauguración del Pabellón de la República Española en la Feria Internacional de París[xix]
Parece imposible, en la lucha que mantenemos, que la España republicana haya podido construir este edificio. Hay en ello, como en todo lo nuestro, algo de milagro. No hablo de la construcción en sí, resultado del trabajo de nuestros arquitectos Lacasa y Sert, y del vuestro. El hombre inventó el trabajo y éste a su vez nos ha moldeado. Lo demás es parálisis, podredumbre y muerte…
No será así. La tarde del lunes, hablarán solo el comisario general de la Exposición internacional, Mr Edmond Labbé, y el recientemente nombrado embajador de España, Àngel Ossorio y Gallardo.
FINAL DEL DISCURSO DE OSSORIO Y GALLARDO DURANTE LA INAUGURACIÓN DEL PABELLÓN[xx].
Un designio histórico liga hoy el destino de los pueblos y se necesitaría ser ciego para no advertir este vaticinio tan claro: España aplastada, Francia cercada. Estamos corriendo un mismo peligro y nos salvaremos los dos pueblos o pereceremos los dos.
¡Rechacemos esta última hipótesis amarga! Todos los amenazados y perseguidos de hoy salvaremos unidos el tesoro que la historia nos confió. Y en un mañana alegre y pacífico disfrutaremos el orgullo de haber comprendido que el mundo no se mueve por la fuerza sino por el espíritu.
Max Aub podrá, eso sí, leer su texto al día siguiente, martes y trece, en la recepción dada en la Embajada para celebrar la inauguración del pabellón, a las 21:30[xxi]. Termina así:
¡Ojalá que, al cerrar, en su día, sus puertas, destruyamos este edificio con la alegría que nos proporcione una victoria decisiva sobre el fascismo!
Gran escritor, Aub no era, como queda patente, un profeta. El edificio sí se destruyó, aunque años después fue reconstruido en Barcelona[xxii], en 1992, con motivo de los Juegos Olímpicos celebrados en la ciudad. Hoy en día alberga una interesantísima biblioteca dedicada a la República, la Guerra de España y el exilio.
SABER +:
2.3. VERNET Y L’ESPOIR
El coche que los ha llevado desde la estación de Villefranche de Conflent se detiene ante una verja. Josette se agarra a su brazo, se acerca y, dándole un beso en la mejilla, le dice:
—Ahora va a ver.
Tras el paréntesis de la estancia en España para el II Congreso de Escritores en defensa de la cultura, existía el riesgo de volver a la situación de los duros meses posteriores al viaje a Estados Unidos. Clara, sus lúcidas críticas a la acción, por un momento errática, de su marido; los encuentros de los amantes en la casa que Josette compartía con su amiga Suzanne, en el 9 de la rue Berlioz, o en el hotel Royal Versalles, en la rue Marois.
El escritor agarra con fuerza la cartera que lleva. Es su nueva novela. Algunos apuntes en el barco de vuelta de América, algunos capítulos pergeñados y mecanografiados por Josette en los escasos momentos de asueto. Estaba claro que precisaba un retiro absoluto. Ella se lo había indicado ya en Perpiñán[xxiii], al final del Congreso. La idea era no solo genial, sino oportuna, y la insistencia de Josette insoslayable. André le había dicho: “Logra usted lo que se propone; empuja las puertas como los gatos”.
Ambos coincidían en que era preciso que alguien como él diera a conocer el dilema en el que se debatía la España republicana: el apocalipsis, la explosión popular que paró el fascismo en los primeros momentos del levantamiento, o la necesidad de un cierto orden para poder ganar la guerra. En el fondo, y con los matices trotskistas que se quiera, anarquismo o comunismo. Él sentía que era el hombre indicado para hacerlo, había dicho a menudo y lo repetiría en boca de Manuel, uno de los protagonistas de la novela en ciernes: A la pomposa, grave y terrible pregunta: ¿qué es lo mejor que puede hacer un hombre con su vida?, respondía: Convertir en conciencia la experiencia más amplia posible[xxiv]. Para añadir luego: y que dicha conciencia le lleve a la acción, so pena de arrepentirse durante el resto de su vida.
Acción, sí. Y también escribir un libro, poner en orden las notas en lápices rojo y azul, escritas anárquicamente en papeles con membretes de hoteles estadounidenses o del transatlántico S/S Normandie. Y ello sería posible solo si se aislaba. Con Josette, la promotora de la iniciativa, lejos de la baraúnda parisina.
Han bajado las maletas. De pie frente al chalé que ella ha alquilado[xxv]. El cri-cri de los grillos les da la bienvenida. Ahora sí, él deja la maleta en el suelo y la abraza. Ella llora. Es el 18 de julio de 1937.
Serán unas semanas de actividad febril, en las que escribirá 50 capítulos de la novela[xxvi], y también de amor sin prisas, de sesiones relajantes en el balneario, de grandes comidas, y mucho vino, en el hotel Alexandra[xxvii], que otea la población. Su acompañante es de gran utilidad, su experiencia como escritora y en la editorial Gallimard (donde ha publicado Le temps vert años atrás) aportan sosiego a la escritura obsesiva de André. El libro parece surgir denso, cálido, es un alumbramiento, como el nacimiento de un niño varón[xxviii]. Al terminar, planean pasar unos días relajantes en Baux-de-Provence.
Está escribiendo su novela más larga, unas quinientas páginas y numerosísimos personajes que requieren una continuidad en el trabajo. También son exigentes su estructura fragmentada y la alternancia de fragmentos de diálogo ideológico con otros de acción desenfrenada, donde se pone de manifiesto el mensaje que anhela: la fraternidad como base de la lucha por la libertad. Dirá: “lo contrario de la vejación es la fraternidad”[xxix]. Esta estructura permite frecuentes elipsis y un montaje que se augura cinematográfico. Podrá reubicar, rehacer y corregir hasta que el conjunto adquiera solidez. En ello está.
No piensa aún en la película que le han animado a hacer en Hollywood. No, quiere una novela. Lo ha hablado ya con Gallimard y también con su amigo Louis Aragon, que empezará a publicarla fragmentariamente. No es la base de una película, aunque algunos fragmentos, como veremos, se reproducen exactamente en los dos medios. Es su experiencia, directa o indirecta, y también la estructura secuencial de la novela, la que hacen pensar en el filme.
Sin embargo, André no está completamente satisfecho. Con el primer manuscrito en la mano, pasea por los alrededores del balneario; recapacita. Sí, necesita la franca y a veces agresiva, opinión de Clara.
Salen del reducto paradisíaco para ir a Toulon. Allí, André sugiere a su compañera que vaya a visitar a sus padres en Carry-le-Rouet[xxx]. A la vez, le solicita un encuentro con su esposa Clara, que acepta. Para ella, Toulon tiene un especial significado, ya que allí había pasado las últimas semanas de la gestación de Florence. ¡Qué tiempos!, ¡cuántos recuerdos! Sin embargo, André no da ocasión para paseos románticos, le entrega el manuscrito que ella lee en una noche. Su primera opinión no puede ser más punzante[xxxi]:
—Qu’est-ce que vous en pensez ?
—Ce n’est pas de l’André Malraux.
Luego suaviza: aunque se aprecia alguna negligencia en la composición, se mantiene el mismo vigor, la misma intensidad, el mismo sentido de lo esencial que pudiera tener La condición humana, la novela que le mereció el premio Goncourt. Tacha la obra de un testimonio de la guerra de España visto por un comunista ortodoxo. Clara echa en falta una mayor aportación del espíritu libre, arrojado y generoso del anarquismo, tendencia a la que se siente más cercana que al comunismo radical de algunos compañeros de su esposo, como Aragon.
Malraux lo reconoce. Deciden repasar el texto conjuntamente, tarea que nunca hubiera imaginado con Josette. Nos dice Clara: “durante cuatro días, de nuevo estábamos el uno frente al otro con una tarea que cumplir, en la que yo me convertí en un anarquista sin pañuelo rojo y negro, él en un comunista difuminado. Subíamos y bajábamos colinas, serpenteábamos por las callejuelas y nos instalábamos en terrazas ardientes, en un simulacro de enfrentamiento, como representantes de dos corrientes de pensamiento próximas pero divergentes. Fue maravilloso, agotador”.
En la penúltima cena en común, con los ojos brillantes por haber bebido algunos vasos de rosado de Provenza, André dijo, soñador, más para él que para mí: “Sin embargo, yo no puedo pasar mi vida con una mujer que no tiene ningún aprecio por las ideas…”[xxxii]
Al día siguiente se despedirán. Clara volverá a su casa en la rue du Bac, a su hija Florence, a sus reconcomios, sola, tendrá incluso un conato de suicidio[xxxiii]. Él, con la difícil tarea de pedir a Josette que pase a máquina de nuevo el largo texto, con los profundos cambios que han generado los cuatro días con la rival de ella. Trabajo intenso que requerirá, a las pocas semanas, en octubre, de un reposo en la Provenza, en Beau-en-Provence, que se verá interrumpido por un nuevo desplazamiento de Malraux a España. Allí conocerá los definitivos avances rebeldes en Asturias. Negrín habrá reconocido en las Cortes de Valencia que es necesario negociar la paz. Un exitoso ataque de las fuerzas aéreas republicanas sobre el aeropuerto de Zaragoza, no mitigan el desaliento.
De vuelta a París, a su Josette, la encuentra muy desmejorada. Está encinta. Él sigue reclamándola, en Toulouse, para unos ajustes de última hora antes de pasar el texto de L’espoir a Ce Soir. Ella acude, pero deben volver de inmediato. A las pocas horas, acompañada de su inseparable amiga Suzanne, con hemorragias, acude a una clínica de Neully. Ha perdido al bebé. A sus padres les dirá que ha sufrido una inoportuna gripe. A los pocos días, André y Clara iniciarán los trámites del divorcio.
El día 3 de noviembre, Ce soir empieza a publicar fragmentos de L’espoir. Indica en primera página: “El propio autor ha querido que alteremos el orden de la publicación en los fragmentos que seguirán, sumergiendo al lector directamente en la batalla de Teruel, para evitar los problemas periodísticos si siguiéramos el lento orden novelístico […] Ce soir tiene el honor de dar a conocer una gran obra que canta a la vez la audacia de los aviadores, la epopeya del pueblo español y el resurgir de la conciencia humana en su lucha por un futuro mejor”[xxxiv]. Y a continuación, empieza el texto: “El teléfono del campo estaba instalado en una garita, con el auricular en la oreja, miraba el “Canard” aterrizar entre el polvo del atardecer…” ¡Casi el final!, ya avanzada la tercera y última parte (LA ESPERANZA), en su capítulo tercero[xxxv]: “les enviamos al campesino. Estudie la misión y llámenos”. Empieza la acción heroica, la solidaridad, y también el argumento que iluminará algunas de las secuencias más elaboradas y conocidas de Sierra de Teruel.
A los pocos días, el 12 de noviembre, también el semanario Vendredi[xxxvi] publicará tres fragmentos, anunciando la futura aparición de la novela completa en la N.R.F. de Gallimard. En su primera página declara: “Los fragmentos que siguen reflejan los movimientos del espíritu que hacen sensibles a la vez los actos en su realidad y los sentimientos que los rigen”. El relato se inicia aquí a mitad del primer capítulo de la segunda parte (EJERCICIO DEL APOCALIPSIS), en el que se describe el asedio del Alcázar de Toledo[xxxvii]. “A través de corredores y escaleras, Hernández, García, el Negus y los milicianos habían llegado a un sótano de alta bóveda, lleno de humo y detonaciones, abierto frente a ellos por un ancho corredor subterráneo donde el humo se volvía rojo”.
Casi de inmediato, Gallimard publicará la obra completa en su colección Blanche, el 30 de noviembre de 1937. Falta poco para que empiece la ardua e ingrata tarea de conseguir fondos y colaboradores para la empresa que nos ocupará a partir de ahora: Sierra de Teruel.
SABER +:
SIERRA DE TERUEL, UNA OBRA MAESTRA DE ANDRÉ MALRAUX (Pepe Gutiérrez Alvarez)
L’ESPOIR, UN PARÉNTESIS EN LA DESESPERANZA (Àngels Sellés)
NOTAS
[i] CHANTAL, Suzanne (1976). Un amor de André Malraux: Josette Clotis. Barcelona, Grijalbo. página 92.
[ii] TODD, Olivier (2001), André Malraux, una vida. Barcelona, Tusquets. página 254. En Toronto Star, 2.4.1937.
[iii] LACOUTURE (1976), página 240.
[iv] THORNBERRY (1977), PÁGINA 55.
[v] Excelente visión del recorrido de Max Aub en Francia en: MALGAT, Gérard (2007) Max Aub y Francia o la esperanza traicionada. Sevilla, Ed. Renacimiento.
[vi] Hubo varias etapas, como se puede ver en: https://history.state.gov/milestones/1921-1936/neutrality-acts y con todo detalle en ESPASA, Andreu (2017) Estados Unidos en la guerra civil española. Madrid, Libros de la catarata.
[vii] TODD (2001), página 247
[viii] http://guerracivildiadia.blogspot.com/2012/11/ernest-hemingway-1899-1961.html Se tratará de la película dirigida por Joris Ivens Tierra de España (Spanish earth), que logrará que sea visionada por el presidente Roosevelt y su esposa.
[ix] CHANTAL (1976), Página 93.
[x] Agradezco a Gabriela Cladera (Rosario -Argentina) el haberme remitido el recorte de Bandera Roja que aparece en la imagen.
[xi] La andadura americana de Maurice Chevalier finalizó en 1935. Lacouture señala su presencia en Hollywood durante el viaje de Malraux. Puede ser que estuviera allí, pero no que estuviera rodando en aquellos momentos. Quizá hay una confusión por la presencia del traductor de Malraux al inglés Haakon Chevalier (LACOUTURE (1976), página 243).
[xii] Dirigida por Frank Borzage en 1936, para la Paramount.
[xiii] https://es.wikipedia.org/wiki/Banda_Azul
[xiv] Ce Soir, 23.4.1937, página 3. (En LACOUTURE (1976), página 245, indica erróneamente el 21.4.1937 fecha en la que se anuncia la llegada desde Estados Unidos (Ver figura)
[xv] https://books.openedition.org/pur/38404?lang=es
[xvi] AZNAR SOLER, ED. (2018). Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Valencia, Institució Alfons el Magnànim. Página154.
[xvii] https://www.visorhistoria.com/lio-en-la-embajada-paris-1936/
[xviii] https://revistas.udc.es/index.php/aarc/article/view/aarc.2013.3.0.5100
[xix] PALABRAS DICHAS (EN FRANCÉS) EN LA INAUGURACIÓN DEL PABELLON ESPAÑOL DE LA EXPOSICIÓN DE PARÍS, EN LA PRIMAVERA DE 1937 En: AUB, Max (2002). Hablo como hombre. Segorbe, Fund. Max Aub. Pág.: 41. Error al indicar primavera, a no ser que se hubiera pronunciado en la fecha de la inauguración inicial de la propia Exposición, en mayo de 1937.
[xx] http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/12751827
[xxi] Ce Soir, 13.07.1937, página 5.
[xxii] En la calle Jorge Manrique, 9.
[xxiii] CHANTAL (1976). Un amor de André Malraux. Barcelona, Grijalbo. Página 96
[xxiv] MALRAUX, André (1995). La esperanza. Madrid, Cátedra. Página 448
[xxv] THEILLOU, Françoise (2023) Je pensé à votre destin. Paris, Grasset. Página 64.
[xxvi] El total son 59 capítulos, distribuidos en tres partes: 1.- LA ILUSIÓN LÍRICA, 2.- EL MANZANARES, 3.- LA ESPERANZA.
[xxvii] https://www.insideoutsideart.com/hotel-alexandra (indica que se ha desplazado diversas veces, una de ellas para escribir L’espoir). Hoy el hotel está en ruinas.
[xxviii] CHANTAL (1976): 97.
[xxix] MALRAUX (1995): 277
[xxx] BONA (2010). Clara Malraux -Biographie. Paris, Grasset. Página 315.
[xxxi] MALRAUX, Clara (1976), La fin et le Commencement (Le bruit de nos pas V). Paris, Grasset. Página 174.
[xxxii] MALRAUX, Clara (1976): 176.
[xxxiii] BONA (2010): 321
[xxxiv] Ce soir. 3.11.1937 Página 1.
[xxxv] MALRAUX (1995): 497.
[xxxvi] Vendredi, 12.11.1937 página 1.
[xxxvii] MALRAUX (1995), página 207