¿Hasta qué punto una novela puede ser reflejo de la realidad? ¿Es legítimo utilizar hechos reales para, deformándolos, transmitir situaciones y sentimientos que sean recogidos por nuestra sensibilidad? La Desbandá puede ser un punto de engarce de este juego funambulista entre realidad y ficción, en el que incluso las discrepancias y ausencias puedan ser fuente de reflexión. Nos dice Edward H. Carr[i] en What is History?: “Los hechos de la historia nunca nos llegan en estado ´puro´, puesto que ni existen ni pueden existir en una forma pura: siempre hay una refracción al pasar por la mente de quien los recoge”. Y añado: dicha mente los elabora y los plasma luego en un texto donde, más allá de detalles (como los nombres de los actuantes), podamos percibir el espíritu de una época, el sentir de unas personas que vivieron hechos que nosotros muy posiblemente nunca viviremos.
Estos días se cumplirán 86 años desde la criminal persecución de los fugitivos de Málaga por parte de las fuerzas franquistas, apoyadas por tropas y aviación italianas. El intento de repeler los ataques aéreos contra aquella multitud desprotegida fue la última operación de la escuadrilla Malraux, en la que murió el segundo piloto y quedó herida toda la tripulación a la excepción de un mecánico. El análisis de las fuentes de información relacionadas con el escritor francés[ii], añadidas a las de uno de los aviadores que lo vivieron[iii], la del médico que les atendió[iv] y de diversos artículos sobre La Desbandá, quisiera que sirviera de homenaje a las víctimas y recuerdo de la criminal actitud de los rebeldes. El suceso no forma parte de la narración de la película Sierra de Teruel, pero sí, y muy detalladamente, de la novela La esperanza[v].
Escuetamente, los hechos pueden ser resumidos así:
Julio-diciembre 1936: La población de Málaga se había mantenido fiel al bando republicano.
Enero 1937: Queipo de Llano ordena el ataque a la ciudad, que es duramente bombardeada el día 13, llegando sus tropas a Marbella el 16. Málaga recibe ya multitud de refugiados de las poblaciones colindantes.
Febrero 1937: La ciudad malagueña es defendida por unos 30.000 milicianos comandados por el coronel José Villalba Rubio. Hay gran escasez de material bélico.
El día 3 empieza el ataque definitivo por parte franquista, con caballería, artillería, aviación (una treintena de cazas y otros tantos bombarderos) y barcos (entre ellos, dos cruceros). Colaboraban con material moderno los italianos del general Roatta. Estos llegaron a las afueras de Málaga el día 7, y el 8 entraba en la ciudad el ejército rebelde a las órdenes del Duque de Sevilla (Francisco de Borbón y de la Torre). En estos mismos momentos empezaba el largo éxodo de unos 200 kilómetros hasta Almería, que emprendieron entre 200 y 300.000 personas[vi], malagueñas o refugiadas en la ciudad. En uno de los mejores resúmenes en línea, se considera que llegaron a destino unos 150.000-200.000 fugitivos, mientras que del resto, decenas de miles o fueron asesinados durante el trayecto o conminados a regresar, al haber sido copados por las fuerzas italianas[vii].
Se calcula que para recorrer dicho trayecto se necesitaron más de cinco días[viii], dadas las precarias condiciones de los fugitivos. Mencionar, de paso, que muchos de ellos llegaron en un doloroso periplo hasta Barcelona, siendo en gran parte acogidos en el estadio de Montjuich, y que es posible que intervinieran como extras en la película Sierra de Teruel[ix].
A la luz de los distintos narradores, veamos un poco la secuencia de lo sucedido:
Ante la gravedad del ataque a Málaga, el 8 de febrero, el equipo de transfusiones del doctor Norman Bethune se dirige a ella desde Almería (que también estaba siendo bombardeada), pero a la altura de Motril, se encuentra de cara con la multitud fugitiva, y deciden dedicar su esfuerzo a ayudar a los más débiles a llegar a su destino (con dos conductores que se alternan infatigablemente día y noche, los canadienses Hazen Sise y Thomas Worsley)[x]. Su actividad continuará hasta el 12 o 13 de febrero, momento en que la gran parte de los fugitivos han llegado a Almería, y se ha consolidado una línea de resistencia a la altura de Albuñol (Granada)[xi] que se mantendrá estable hasta la finalización de la guerra, cuando Almería fue tomada por las tropas de Franco el 28 de marzo de 1939[xii].
Una sola cita sobre la crueldad fascista: fragmento del discurso de Queipo de Llano del 9 de febrero: «(..) A los tres cuartos de hora, un parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarlos en su huida y hacerles correr más a prisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó incendiando algunos camiones”[xiii].
Dada la situación, el mando republicano ordena el desplazamiento de unos aviones de la escuadrilla Malraux, que se desplazan a Tabernas desde su base cercana a Teruel[xiv]. En principio fueron tres, pero solo dos volaron los siguientes días. Desde allí, en una primera incursión el 10 de febrero, ven a los cruceros rebeldes, a los que no atacan por no disponer de bombas adecuadas a su blindaje, ven la columna de fugitivos y también perciben las fuerzas perseguidoras a las que sí atacan, destruyendo algunos camiones y blindados, así como un puente, para regresar luego a Tabernas. Luego, y tras un retraso en el despegue por no haber llegado las bombas precisas (precariedad total), sacrificando las ametralladoras de los Potez para poder cargar una cuarta bomba adicional, lo cual, no disponiendo de cazas de protección, era suicida. Este retraso propició que los cazas italianos, avisados por los buques, les atacaran. Hasta aquí el relato de Paul Nothomb en su novela, que en su otro libro[xv] concreta más fielmente: en Tabernas quedaban cinco últimos cazas Polikarpov I-15, pero fueron solo dos Potez de la escuadrilla los que intervinieron, siendo la primera incursión el día 10 y la segunda el 11, cuando uno de los aviones fue derribado, como veremos a continuación.
Esta última expedición de la escuadrilla Malraux estaba formada por dos Potez-540, el P y el B. El primero fue atacado pero logró hacer un aterrizaje de emergencia. Estaba pilotado por Maurice Chevenet y Albert Carraz. El segundo, protagonista de nuestro relato, tenía la siguiente tripulación[xvi]:
Primer piloto: Guy Santès
Segundo piloto: Jan Frédérikus Stolk
Bombardero: Julien Segnaire
Ametralladores: Paul Galloni, Marcel Bergeron y René Deverts.
Mecánico: Maurice Thomas.
Entreverando los distintos relatos, podemos seguir sus vicisitudes durante este día:
En el primer ataque de los cazas fascistas, el primer piloto es herido en un brazo y el segundo en el vientre. Pensando ya en un aterrizaje de emergencia, con gran dificultad consiguen soltar las bombas. Luego el avión se precipita en el mar, a escasos metros de la costa. Era la zona de Castell de Ferro. El resultado: Un muerto por una herida en el vientre, Stolk (indonesio), Santès (piloto francés) herido en el brazo, Segnaire (Nothomb-Bernier, como veremos) herido en un pie, Galloni (comunista francés, chófer de Malraux) con una pierna destrozada que acabará perdiendo, Bergeron (comunista) y Deverts (socialista) heridos leves y Thomas (comunista, que acabará como apicultor en la Auvernia) indemne. Éste, consigue una caballería y parte en busca de ayuda. La consigue una hora más tarde en la camioneta del doctor Norman Bethune. Ya en el hospital de Almería, son de nuevo bombardeados.
En conjunto, una dramática narración que en sus versiones noveladas presenta mucha coincidencia, a pesar de los cambios de nombre. El más significativo es el del propio autor de dos de los relatos: Paul Nothomb.
El belga Paul NOTHOMB (1913-2006), que quedaría cojo de por vida, utilizó el seudónimo de Paul Bernier para publicar en los periódicos belgas de tendencia comunista Le Drapeau rouge y La voix du peuple.
Luego, publicó cinco novelas bajo el nombre de Julien Segnaire, para finalmente firmar con su nombre real Paul Nothomb sus recuerdos de la guerra de España[xvii]. Hijo de una familia rica y de derechas, fue militante comunista e inspiró a Malraux el personaje Attignies de L’espoir. En ella, se le describe así: Los españoles, y aquellos que querían a Attignies, lo llamaban entre ellos Sigfrido: era rubio, y hermoso[xviii]. Quizá por ello, al rodar Sierra de Teruel, escogió a Julio Peña para dicho papel.
Para acabar de liarla, en su novela autobiográfica El silencio del aviador, el personaje que encarna mejor su figura se denomina Atrier (el que se inspira en Malraux, tiene el apelativo de Reaux).
Esta confusión es asumida incluso por historiadores especializados en el tema, como el excelente biógrafo Jean Lacouture[xix], quién no incluye Nothomb entre el listado de nombres más citados, aunque sí lo menciona en una misma página, como si fueran dos personas distintas, al lado de Segnaire (atribuyendo el origen de tal nombre a haber estado en la base de La Señera, cerca de Valencia). En otra página, indica que Jules Segnaire es un seudónimo literario de Paul Bernier, de filiación comunista, teniente y comisario político de la escuadrilla[xx]. En fin: Nobody is perfect.
Para terminar, un comentario sobre el relato que hace el propio André Malraux en su novela La esperanza, de los hechos acaecidos en la carretera de Málaga a Almería a mediados de febrero de 1939. Con los apellidos cambiados, aparecen los personajes de Santès (Sembrano), Stock (Reyes), Thomas (Pol) y Attignies (Segnaire), este último también presente en los sucesos reflejados en la película Sierra de Teruel.
A lo largo de siete páginas, Malraux[xxi] emplea su rica prosa para darnos una pincelada de los sucesos que comentamos. A título de homenaje a los que los sufrieron, ofrezco para terminar, unas breves citas.
Al ser atacados: (página 481)
El caza enemigo volvió, tiró de nuevo con todas sus ametralladoras; las balas trazadoras tendieron en torno del avión una tela de araña de trazos rojos. Debajo de Sembrano, las olas claras y calmas de la mañana reverberaban al sol con una felicidad indiferente; lo mejor era cerrar los ojos y dejar descender lentamente el avión hasta que… Su mirada encontró de pronto la cara de Pol, inquieta, cubierta de sangre, pero en apariencia siempre alegre. Los trazos rojos de las balas rodeaban el aparato lleno de sangre, donde Attignies estaba ahora inclinado sobre Reyes que había caído de su asiento y parecía lanzara estertores de agonía: la cara de Pol, la única que vio Sembrano de frente, chorreaba sangre también; pero había en sus mejillas lisas de gordo judío animado tal deseo de vida que el piloto hizo un último esfuerzo para servirse de su brazo derecho. El brazo había desaparecido. Con toda su fuerza, pies y brazo izquierdo, hizo encabritar el aparato.
Ya en la costa, sigue la amenaza: (página 484)
Bajo el ruido de la huida, ritmado por el golpeteo del mar, otro ruido, que Attignies conocía de sobra, empezó a subir: un avión de caza enemigo. La multitud se dispersaba; había sido ya bombardeada y ametrallada.
Venía en línea recta hacia el multiplazas cuyas últimas llamas se apagaban en el mar. Ya los milicianos transportaban a los heridos; estarían en la carretera antes de la llegada del avión enemigo. Había que gritar a la multitud que se echara de bruces, pero nadie oía. Siguiendo las instrucciones de Sembrano, los milicianos acostaban a los heridos a lo largo de la pequeña pared. El avión bajó mucho, giró en torno al multiplazas, patas arriba y cubierto de pavesas moribundas como un pollo en un asador; lo fotografió, sin duda, y volvió a partir. «Pero los camiones están patas arriba también».
En busca de ayuda: (página 484)
Pasó una carreta. Attignies la detuvo… Una joven campesina le cedió su lugar y él se sentó entre las piernas de una vieja. Volvió a partir la carreta. Llevaba cinco campesinos. Nadie había hecho preguntas y Attignies no había dicho una palabra: el mundo entero, en ese minuto, corría en un solo sentido.
…Después de un kilómetro, la carretera se apartaba del mar. En los campos habían encendido fogatas; esas fogatas, esa gente acurrucada o acostada rezumaba angustia en la inmovilidad como en la huida. Entre ella, la masa pasiva de los desalojados continuaba hacia Almería su desesperada emigración. El enmarañamiento de los vehículos era en verdad inextricable. La carreta ya no avanzaba.
—¿Todavía está lejos? —preguntó Attignies.
—Tres kilómetros —contestó el campesino.
Un campesino los adelantó, montado en un asno: los asnos, abandonando incesantemente la carretera, se deslizaban por todas partes, yendo mucho más ligero.
—Préstame tu asno. Te lo devolveré en el pueblo, delante del correo. Es para los aviadores heridos.
El campesino bajó sin decir una palabra y ocupó el lugar de Attignies en la carreta.
Bethune en su auxilio[xxii]: (página 487)
En medio de un campo, oyó gritar su nombre: el ametrallador español, muy redondo, semejante a una manzana jubilosa, siempre ensangrentado, saltando y rebotando, corría hacia él. Attignies estaba de vuelta con un automóvil. Los aviones de caza republicanos habían avisado al hospital. Sembrano y Pol instalaron a los heridos en el suelo y en el asiento de atrás: el ametrallador quedó con ellos.
Un médico, el jefe de servicio canadiense de transfusión de sangre, había venido con ellos.
Hacia Almería: (página 488)
«¡Alto!», gritó un miliciano. El chófer no se detuvo. El miliciano apuntó al automóvil. «¡Aviadores heridos!», gritó el chófer. El miliciano saltó sobre el estribo. «¡Aviadores heridos, te digo, imbécil! ¿No lo estás viendo?». Dos frases más que los heridos no comprendieron. El miliciano tiró y el chófer se desplomó sobre el volante.
El automóvil estuvo a punto de estrellarse contra un árbol. El miliciano apretó el freno, saltó y se fue por la carretera. Un miliciano anarquista, con quepis rojo y negro, y un sable colgando del cinto, saltó al auto. «¿Por qué os detiene esa bestia?». «No sé», contestó Attignies. El anarquista saltó a tierra, corrió detrás del otro miliciano. Ambos desaparecieron detrás de los árboles verde oscuro al sol. El coche quedaba abandonado. Ninguno de los heridos podía conducir. El anarquista reapareció como si hubiera salido de bambalinas, el sable rojo en la mano. Llegó hasta el auto, depositó al chófer muerto al borde de la carretera, se sentó en su lugar, arrancó sin preguntar nada. Al cabo de diez minutos se volvió, mostró su sable ensangrentado:
—Puerco. Enemigo del pueblo. No hará más de las suyas.
Ya en el hospital: (página 489)
Un hospital vacío, lleno aún de aparatos, de vendajes, de todas las marcas del paso del dolor. En las camas deshechas y a menudo ensangrentadas cuyo vacío estaba tan cruelmente mezclado a rastros frescos de presencias, parecía que se hubiesen acostado, no hombres, vivos o moribundos con sus rostros particulares, sino las heridas mismas —la sangre en vez del brazo, de la cabeza, de la pierna—. La inmóvil pesadez de la electricidad daba a toda la sala un aspecto irreal, cuya gran unidad blanca hubiera sido la de un sueño si las manchas de sangre y algunos cuerpos no hubiesen salvajemente impuesto la presencia de la vida: tres heridos esperaban a los fascistas, con el revólver junto a ellos.
Éstos no tenían otra cosa que esperar sino la muerte que vendría de ellos mismos, o la que vendría de los enemigos, a menos que no llegasen los aviones sanitarios. Miraron en silencio entrar al gran Pol rizado, a Sembrano con el labio prominente, y a los otros que no tenían más que el rostro del dolor; y la sala se llenó de la fraternidad de los náufragos.
Es necesario recordar también que Max Aub, estrecho colaborador de Malraux durante la filmación de Sierra de Teruel evocó también el mismo episodio en su cuento “El cojo”, en el que incluso se refleja el mismo momento del ataque al avión. No vivió los hechos, pero los relata con precisión bajo la influencia de relatos de personas que tomaron parte en los sucesos[xxiii]. Veamos un breve fragmento:
Se oyó el motor de un avión, debía de volar muy bajo, pero no se le veía (…) De pronto se le vio ir hacia el mar. El motor de la derecha ardía. El trasto planeó un tanto y cayó hacia el agua. Al mismo tiempo dos escuadrillas de ocho aparatos picaron hacia el lugar de la caída ametrallando al vencido. Luego cruzaron hacia Málaga[xxiv].
Relato dramático, en el que la literatura enriquece a la historia, en la que la historia junta sus mil relatos para abrazar la imaginación del autor. Y, para el lector, un estremecimiento. Sirva este como homenaje a los miles de anónimos personajes que vivieron y sufrieron en La Desbandá, cada uno de ellos digno de una biografía o de un poema.
—-NOTAS—–
[i] CARR, Edward H. (1961) What is history? Citado por Julián Casanova en Facebook (31.1.2023). En español: ¿Qué es la historia?, en varias editoriales. Última en Planeta, 2017.
[ii] THORNBERRY, Robert S. (1977) André Malraux et l’Espagne. Ginebra, Librairie Groz.
[iii] NOTHOMB, Paul (2006) El silencio del aviador. Madrid, El funambulista. Y también: NOTHOMB, Paul (2001) Malraux en España. Barcelona, Edhasa.
[iv] BETHUNE, Norman. (2022) La Desbandá -El crimen de la carretera de Málaga a Almería y otros escritos. Logroño, Pepitas de calabaza, SL.
[v] MALRAUX, André (1995) La esperanza. Madrid, Cátedra.
[vi] https://www.eldiario.es/andalucia/mayor-crimen-guerra-franquismo-desbanda_0_480852402.html
[vii] https://serhistorico.net/2018/03/15/malaga-febrero-de-1937-la-desbanda/
[viii] BETHUNE (2022): 51.
[ix] https://www.visorhistoria.com/secuencia-xiv-1-oh-es-el/).
[x] BETHUNE (2022): 85
[xi] https://historiasdealboran.wordpress.com/2019/02/03/una-vision-de-la-desbanda-de-malaga-en-la-novela-lespoir/
[xii] https://historiadeltiempopresente.com//wp-content/uploads/2021/04/Ramirez.Tapia_.2017.pdf
[xiii] “Málaga en las charlas de Queipo de Llano (1936-1937)” Revista Jaberga, nº 24, 1978, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (en línea) (consulta 05/03/2018). Disponible en: http://www.lopezcuenca.com/malaga1937/malaga_queipodellano.pdfb
[xiv] NOTHOMB (2006): 165.
[xv] NOTHOMB (2001): 146
[xvi] THORNBERRY (1977): 217
[xvii] NOTHOMB (2001 y 2006)
[xviii] MALRAUX (1995): 232
[xix] LACOUTURE, Jean (1976). Malraux, une vie dans le siècle. Paris, Ed. Du Seuil. Páginas 219 y 233.
[xx] THORNBERRY (1977): 211.
[xxi] MALRAUX (1995) Páginas indicadas en cada párrafo.
[xxii] cabe destacar que Malraux atribuye a Attignies el haber ido a buscar ayuda, y no a Thomas/Pol, que fue quién realmente lo hizo.
[xxiii] SANCHEZ ZAPATERO, Javier (2012). “El cojo” de Max Aub y la Guerra Civil española: escritura para el combate, lectura para la memoria. RILCE-Revista de Filología Hispánica 28.2: página 569
[xxiv] AUB, Max (2006). Obras completas, IV-B. Relatos, II. Eds. Lluís Llorens y Javier Lluch. Valencia: Generalitat Valenciana/Diputació de Valencia, páginas 73.
Por favor:
Nuestro Antonio González Flórez(s) era uno de los tripulantes del «AQUÍ TE ESPERO».
Necesitamos noticias de su paradero. Su cuerpo desapareció incomprensiblemente después de hacerle la autópsia en el Hospital Militar de Carabanchel.
El piloto de este aparato era el capitán Julio Mellado Pascual, natural de Lorca, profesor de la Escuela de Vuelo de Los Alcázares y héroe de la guerra de Marruecos, varias veces condecorado. Pereció en el derribo del avión en agosto de 1936 por un aparato italiano Fiat CR 32, suicidándose una vez en tierra para evitar ser capturado por los rebeldes, ya que el asesinato y la tortura de los pilotos republicanos caídos era práctica común. Al aproximarse los supuestos «enemigos» los supervivientes se percataron de que no eran falangistas, por el color de sus camisas, si no milicianos vestidos con mono azul.
Joaquín Mellado Pascual era el comandante del «AQUÍ TE ESPERO» y capitán de caballería. Murió un viernes 25 de septiembre de 1936 al caer el avión en tierra junto con su copiloto el capitán de aviación Vicente Vallés Caballé. Los otro cuatro tripulantes sobrevivieron. Al «AQUÍ TE ESPERO» lo atacaron cinco Fiat CR-32 (Chirris) del ejército sublevado.
Creo que tiene vd. las cosas bastante confusas y desbaratadas con respecto a este caso.
Antonio González Flórez-s era hermano de mi madre y uno de los tripulantes del «AQUÍ TE ESPERO».