Sería un trabajo que desbordaría las expectativas de esta web el analizar la trayectoria política de los numerosos actores y actrices de los que Ediciones Astros publicó su autobiografía en los primeros años del franquismo. Sin embargo, y sin querer etiquetar a nadie, no se nos oculta que tal esfuerzo editorial, en los años 1940 a 1943 al menos, se debió dedicar a personajes sin ninguna duda sobre su expediente respecto a la ortodoxia de su posicionamiento político favorable al bando rebelde.
Doy solo algunos nombres[i]: Alfredo Mayo (que llegó a ser teniente de aviación del bando rebelde), Manolo Morán (creador con Dionisio Ridruejo de la Compañía de Teatro Nacional de la Falange), Rafael Rivelles (que rodó Frente de Madrid y otras películas en la Italia fascista), Miguel Ligero (que rodó en la Alemania nazi durante la guerra); Imperio Argentina (aceptó la invitación de Goebbels de rodar en Alemania y Hitler estaba prendado de ella), o Estrellita Castro (rodó en la Alemania nazi en 1938).
Y, ahora sí: Julio Peña y Marta Santa-Olalla, el primero en el relevante papel de Attignies en Sierra de Teruel, y la segunda secretaria de Producciones Malraux durante su rodaje. En su breve biografía JULIO PEÑA nos dice[ii]:
“No pude salir de la zona roja, de aquel infierno en que no vi más que cosas desagradables […] Apelando a todo tipo de trucos y añagazas surgió una sociedad capitalista para hacer una película “Las cinco advertencias de Satanás” de Enrique Jardiel Poncela. Allí fuimos a parar todos lo que buscábamos un refugio que nos permitiera seguir viviendo fuera de las garras del SIM […] Cuando no podía más, cuando parecía que de un momento a otro me iban a echar mano para incorporarme, surgió de nuevo la solución cinematográfica. Los comunistas -muchos extranjeros llegaron para esto- decidieron hacer una película de la actualidad española, titulada “L’espoir”, una película, más que tendenciosa, infame, llena de truculencias. Y sin opción posible me señalaron para trabajar en ella. Ya faltaba poco, se veía ue la guerra tocaba a su término, y entre todos los “enganchados” para este filme comunista nos encontrábamos algunos dispuestos a resistir en aquella forzosa ocupación hasta la entrada de las tropas liberadoras. Fuimos despacio, hicimos todas las diabluras posibles para que “L’espoir” no se acabara nunca. Y ya la ofensiva nacional había comenzado. Contábamos los días con emoción. Seguíamos la marcha de las columnas. Entretanto, los dirigentes estaban nerviosos, temían que aquello se precipitara y les cogiera en pleno Estudio el hundimiento. Aún faltaban días para la llegada de las tropas nacionales a Barcelona cuando dispusieron que nos trasladásemos todos a Francia para continuar y terminar allí la película, con las debidas garantías y tranquilidad. Como eran tan minuciosos en el control de las personas y la organización de la vigilancia, me eché a temblar, porque me veía en el extranjero cuando ya me creía casi liberado y además uncido al carro de la gentualla comunistoide, que me era insoportable. Llegó el momento clave en el que había que jugárselo todo, porque a todo había que recurrir antes que tolerar esa fuga. La CNT y la UGT tomaron sus medidas. Y, por fin, una tarde se acordó definitivamente el traslado a Francia de toda la compañía y equipos técnicos. Despacháronse pasaportes, se tomaron los departamentos en el tren y se dispuso nuestro traslado en común a la estación. Tenía yo preparada mi estratagema y en aquel momento me perdí y desaparecí para ellos. Acudí rapidísimo a refugiarme en casa de un amigo. Al observar mi falta se pusieron a buscarme, pero las noticias eran cada vez peores para ellos y el miedo no les dejaba vivir, así es que se fueron sin mí y yo me quedé en mi escondite mientras ellos atravesaban la frontera. Aun tuve que aguardar unos días escondido hasta la entrada del Ejército español.
[…] Me recibieron con los brazos abiertos. Se tramitó en un abrir y cerrar de ojos mi incorporación y exactamente a los seis días de la entrada de las tropas en Barcelona ya estaba yo en el frente del Jarama, incorporado a la Bandera de Marruecos”.
Creo que sobran comentarios. Su trayectoria, que incluía también películas en Hollywood, justificaba su aparición en la colección de Astros, más allá de su posicionamiento político, pero su postura queda clara.
No es el caso de MARTA SANTA-OLALLA. Nacida en 1920, tenía pues 18 años durante el rodaje de Sierra de Teruel, y 22 al rodar su primera película importante: La condesa María (Gonzalo Delgrás, 1942). Al año siguiente, cuando se publica su autobiografía en Astros, protagoniza ya Cristina Guzmán, con el mismo director.
Aunque cabe decir que tan fulgurante éxito no tiene por qué ser debido a una trayectoria política aceptable por el primer franquismo. Quizá para prevenir posibles reticencias, en su autobiografía no menciona en absoluto su colaboración como secretaria en Sierra de Teruel. Curiosamente, en sus memorias[iii] pasa de sus 13 años (página 10) a 1940, en la que con sus 20 años, tiene el primer pequeño papel en el cine, concretamente en la película Marianella (del franquista Benito Perojo) (página18). Entremedio, solo comentarios sobre sus clases de dicción y sus primeros trabajos en el ámbito del doblaje (especialmente de los personajes interpretados por Diana Durbin). Curiosa esta omisión de sus primeros pasos en el cine (aunque fuera de secretaria), de quién desarrolló posteriormente una exitosa carrera en dicho ámbito.
NOTAS:
[i] PEÑA, Julio (1943) Mi vida. Madrid, Ediciones Astros. Contraportada.
[ii] PEÑA (1943): 24
[iii] SANTA-OLALLA, Marta (1943) Mi vida. Madrid, Ediciones Astros. Páginas 10-13 para dicho periodo.