The Nation, USA, 20 de marzo de 1937. Páginas 315-16
(El artículo que sigue es una recesión del discurso que M. Malraux pronunció en la cena organizada por The Nation en honor suyo y de Luis Fischer)
Hablando ante personas cuya vocación misma es la defensa y el mantenimiento de la cultura, quiero que mi discurso se limite a la función de tratar de haceros comprender por qué tantos escritores y artistas españoles luchan al lado del leal gobierno español, por qué tantos artistas extranjeros están hoy detrás de las barricadas de Madrid, por qué el único de los grandes escritores de España que se unió a los fascistas, Unamuno, murió en Salamanca despreciado por ellos, desesperado y solo.
El 27 de diciembre, uno de los aviones de mi escuadrilla fue derribado en la región de Teruel, detrás de nuestras líneas. Había caído muy arriba, a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar, y la nieve cubría las montañas. En esta región hay muy pocos pueblos, sólo después de varias horas llegaron los campesinos y empezaron a construir camillas para los heridos y un ataúd para el muerto.

Cuando todo estuvo listo, comenzó el descenso. No había carreteras, sólo caminos de herradura. Las ancianas campesinas, que en esta región casi todas tienen hijos en la milicia, habían decidido acompañar a los socorridos. Pero no sólo las campesinas. Toda la población seguía en fila india por el estrecho sendero de montaña. En cada una de las aldeas por las que pasábamos nos esperaba la gente: y cada aldea, al pasar, se vaciaba de sus habitantes. Cuando llegamos al primer gran pueblo del valle, también allí la gente aguardaba ante los bajos muros de la ciudad española. Acogieron en silencio a los primeros heridos -aquellos heridos en las piernas-, estaban acostumbrados a tales cosas. Pero cuando pasaron los que habían sido heridos en la cara -hombres con las heridas vendadas donde debería haber estado la nariz, con sus chaquetones de cuero cubiertos de sangre coagulada-, entonces las mujeres y los niños empezaron a llorar. Levanté los ojos; la fila de campesinos se extendía ahora desde las alturas de la montaña hasta su base -y era la mayor imagen de fraternidad que jamás he encontrado; aquellos abandonados de los pueblos, aquel pueblo entero siguiendo a hombres heridos por su causa, hombres a los que nunca habían visto antes, descendiendo como una procesión surgida de tiempos antiguos, mientras sus sollozos, creciendo en el gran silencio del desfiladero, generaban un sonido como el del rugido de un río subterráneo.
Los aviadores fascistas heridos ese mismo día recibieron escolta militar. Y no pude evitar pensar que aquellos hombres nuestros, tendidos en camillas hechas por la mano de campesinos, habían estado dispuestos a arriesgar sus vidas con la esperanza concreta de que ninguna escolta militar, sino la fuerte fraternidad del propio pueblo acompañaría en adelante a los que luchan por sus ideas.
En el camino de regreso, al pasar cerca de las líneas donde las ametralladoras de los moros, en la profundidad de la noche, hacían de acompañamiento al sonido o de nuestra ambulancia. reflexioné que aquí estaba ocurriendo algo de mucha mayor trascendencia que nuestros heridos, algo sin precedentes desde la primera guerra de la Revolución Francesa: había comenzado la guerra civil mundial.
¿Cuál es el elemento positivo de las diversas formas de fascismo? Creo que es la exaltación de diferencias que son esenciales, irreductibles y constantes, como la raza o la nación. En el nacionalsocialismo hay dos palabras, nacional y socialismo, pero resulta que sabemos que la mejor manera de alcanzar el socialismo es no fusilar al socialista, y que la palabra significativa aquí es «nacional». Las ideologías fascistas, por su propia naturaleza, son estáticas y particulares. En cuanto a la democracia y el comunismo, discrepan en cuanto a sus valores, ya que la dictadura del proletariado es, a ojos marxistas, el medio concreto para obtener una democracia real -siendo toda democracia política un engaño mientras no se apoye en la democracia económica-. Pero lo que nos une a todos nosotros es que, por el movimiento general que lleva las obras de arte y el saber hacia un número cada vez mayor de personas, nos proponemos conservar o recrear, no valores estáticos y particulares, sino valores humanistas -humanistas porque son universales y porque, mito por mito, no queremos a los germanos o a los nórdicos, a los italianos o a los romanos, sino simplemente a los hombres.
En Madrid, el primer día de enero se distribuyeron entre los niños juguetes que habían sido enviados desde todos los países del mundo. La distribución tuvo lugar en el centro de la gran plaza de toros; los niños estaban amontonados en pequeños grupos, cada uno como un enjambre de insectos. Durante una hora los niños pasaron en silencio entre estos montoncitos de juguetes, y parecía como si la generosidad de todo el mundo se acumulara allí. Entonces llegó el sonido de la primera bomba. Una escuadrilla de Junkers bombardeaba la ciudad. Las bombas cayeron a seiscientos metros de distancia; el ataque fue muy corto, y la plaza de toros es muy grande. Cuando los niños llegaron a las puertas, los Junkers ya se habían marchado, y los niños se volvieron para coger los últimos juguetes.
Cuando todo terminó, quedó en el inmenso ruedo un pequeño montón intacto. Me acerqué a examinarlo; era un montón de aviones de juguete. Yacía allí, en la plaza de toros desierta, donde cualquier niño hubiera podido llevárselo. Los chiquillos habían preferido cualquier cosa, incluso las muñecas, y se habían mantenido alejados de aquel montón de aviones de juguete, no por miedo, sino con una especie de misterioso horror.
Aquella escena ha quedado grabada en mi memoria. Nosotros y los fascistas estamos separados para siempre por aquel montoncito de juguetes abandonados.
Sé muy bien que la guerra es violencia. Sé también que una bomba gubernamental puede, por accidente, no alcanzar su objetivo militar y caer en una ciudad y herir a civiles. Sobre lo que quiero llamar su atención de la manera más enfática es sobre esto: Destruimos el aeródromo de Sevilla, pero no bombardeamos Sevilla. Destruimos el aeródromo de Salamanca, pero no bombardeamos Salamanca. Destruí el aeródromo de Ávila en Olmedo, pero no bombardeé Ávila. Hace ya muchos meses que los fascistas bombardean las calles de Madrid.
Siempre me ha llamado la atención la absoluta incapacidad de las artes fascistas para poetizar nada de hombre enfrentado al hombre. ¿Dónde están en los países fascistas o en el equivalente de los objetivos soviéticos las novelas que tratan de la creación de un mundo nuevo? Una civilización comunista, que forma la colectividad sobre los instrumentos de producción, puede pasar de la vida civil a la vida militar, pero una civilización fascista, que mantiene la estructura del capitalismo, no puede hacerlo. Entre el agricultor colectivo y un soldado del Ejército Rojo no hay ninguna diferencia esencial, tanto para el artista como para ellos mismos pertenecen al mismo orden de vida. Cada uno de ellos puede pasar de una función a otra. Pero entre un soldado de asalto y un campesino alemanes hay una diferencia de naturaleza. El campesino vive en el interior del capitalismo, el soldado en el exterior. Una comunión realmente desinteresada y auténticamente fascista sólo existe en el orden militar. Y el resultado es que la civilización fascista, en su punto extremo, conducirá a la militarización total de la nación, del mismo modo que el arte fascista, cuando llegue a existir, conducirá a la estetización de la guerra.
Ahora bien, el enemigo de un soldado es otro soldado, una parte de la humanidad -otro hombre-; mientras que para los demócratas y los comunistas el adversario de la humanidad no son otros hombres, sino la naturaleza. En la lucha contra la naturaleza, en la exaltación que surge de la conquista de las cosas por los hombres, reside una de las tradiciones más fuertes de Occidente que se extiende desde «Robinson Crusoe» hasta las películas soviéticas. Decididos a luchar, ya que la lucha es la única salvaguardia del sentido que queremos dar a nuestras vidas, nos negamos sin embargo a hacer de la lucha un valor fundamental. Deseamos una filosofía, una estructura política y una esperanza que conduzcan hacia la paz y no hacia la guerra. En la paz más serena sigue habiendo suficientes combates, tragedias y exaltaciones para llenar siglos de arte.

Estaba esperando en un café de Valencia con uno de nuestros camaradas que se había quedado ciego en el primer mes de la guerra. Mes tras mes, había esperado recuperar la vista, y cada vez sus esperanzas habían sido vanas. De repente me dijo: «¿Cómo es que veo luces que giran?». Y un momento después: «Se detienen». Había tanta convicción en su voz que me di la vuelta. Detrás de mí, en la calle, los caballos de un tiovivo giraban con sus luces. El ciego de verdad empezó a ver de nuevo.
Creo que cada uno de nosotros es un poco como mi camarada que desde el fondo de su oscuridad, vio luces que se movían. Hay mucho sufrimiento en el mundo, pero hay un tipo de sufrimiento de los que sufren porque quieren hacer un mundo digno del hombre -el sufrimiento de los que saben que defender el reino de la mente significa impartir cultura a un número siempre creciente de miembros- -de los que saben que el reino de la mente no es para los privilegiados, que poseer cultura no es una cuestión de privilegio, y que saben que la vida de la cultura a lo largo de los siglos, si depende primero de los que la crearon, depende menos de los que la heredan que de los que la desean.
Es para los hombres que defienden este concepto, consciente o inconscientemente, para quienes he venido a pediros ayuda. Os lo pido en nombre de la dignidad que la cultura os ha conferido. Que cada hombre elija su manera de aliviar este sufrimiento, aliviarlo sea como sea. Esa es nuestra responsabilidad ante el destino del hombre, y tal vez ante nuestros propios corazones.