EL CINE BAJO LAS BOMBAS (CINÉMONDE N° 529 7.12.1938 p. 1084-1085) (traducción y notas: A. Cisteró)
(De nuestro corresponsal especial en España).
Suzanne Chantal regresa con nosotros desde España, donde fue a ver a André Malraux rodando Espoir. Cualquier comentario desmerecería este reportaje objetivo, conmovedor, humano, sin duda el más serio que el cine haya permitido jamás.
Los turistas curiosos que han contratado un guía para poder cruzar la alambrada fronteriza y los cien metros de zona franca hasta el lado español del cabo Cerbère, parpadean en vano para vislumbrar, enclavado en su hueco de rocas, Por-Bou con sus casas derrumbadas.
Algunos carteles blanqueados por el sol, los cañones antiaéreos colocados en las laderas de las crestas pedregosas y, al anochecer, en Cerbère o en Banyuls, las largas reuniones en los bistrots y la salida apenas clandestina de los pesados camiones indican por sí solos que algo está sucediendo, muy cerca.
Pero tan pronto como sales del túnel ferroviario hacia una estación abierta con vidrios rotos y plataformas destrozadas, entras en un mundo diferente. Paneles deshilachados que llevan frases de bienvenida y de ánimo en letras enormes, carteles coloridos exhortando a la valentía, a la piedad o a la prudencia, el «salud» de hombres de uniforme marrón -caras hundidas y ojos brillantes-, ésta es la bienvenida feroz y fraternal de España. Y ya envueltos en su aliento áspero, saboreamos su espeso olor a sangre, sudor, suciedad y fiebre…
Esta primera impresión de desenlace total y de infinitas posibilidades -pero trágicamente vacía aunque de voluntades sostenidas- se confirmará cada minuto de mi estancia, mientras veré la realización, a través de tenaz paciencia, coraje y fe, de una película sin dinero, sin actores, sin técnicos, sin todo lo que las demás películas requieren. A menudo falta la luz, y a veces la película. Largas horas de espera. En estos tiempos difíciles, la mejor arma es la paciencia. Esperamos, tenemos esperanza, volvemos a empezar, nunca nos desanimamos…
La Esperanza[i], la película que André Malraux rueda por encargo del gobierno español basada en su última novela, L’Espoir, no es la primera ni será la última que se ruede en España durante la guerra. Los cines de Barcelona, que nunca han cerrado sus puertas, ofrecen en su programación películas anarquistas: Amanecer sobre España[ii], Quierro…, Quierro…[iii], (!) Barcelona bajo las bombas…[iv] Esta producción nacional es evidentemente insuficiente[v], y como desde hace dos años no llegan importaciones extranjeras a los cines, en todas partes se proyectan y reproducen películas obsoletas. En los escaparates de Paseo de Gracia, todos sacudidos por los bombardeos y reforzados con tiras de papel encolado, vemos la sonrisa de Ginger Rogers que sigue en el Piccolino, o la de Simone Simon antes de Hollywood.
Los cines están abiertos y llenos. La entrada es barata, y como los paseos nocturnos por las Ramblas se han vuelto peligrosos; como los desfiles de tropas por las avenidas se han convertido en algo cotidiano, las distracciones son raras para esta gente que tanta necesidad tiene de olvidar su miedo y su hambre. Actores y testigos de un gran drama en el que están en juego su vida y su libertad, estos personajes se divierten y al mismo tiempo se interesan por el espectáculo de las tribulaciones de las herederas americanas y las muecas de los cómicos de vodevil. Público tranquilo, que ríe poco y aplaude de buen grado. Lo vi seguir complacientemente una imposible película de propaganda rusa, que el doblaje en español no había mejorado. Infantil y pesada, con un sesgo ingenuo, esta película sin embargo desató la ira o el entusiasmo de los espectadores complacientes. Pero la sala se quedaba paralizada en silencio, como fascinada, cuando se veía el brillante haz de bombas en lo alto de un avión. De repente la realidad se apoderaba de todo…
Tenía curiosidad por el cine típico español, lo buscaba en los programas de los periódicos, pero nunca pude ver ninguna película. Dos de cada tres veces, cuando llegamos, nos enteramos de que el cine no estaba funcionando por falta de electricidad. Una de las fuentes de electricidad que abastece a la ciudad está en manos de los nacionalistas, y los focos que surcan el cielo de Barcelona por la noche absorben casi toda la energía de la otra. Además, no hay luz hasta las 7 p.m., y a menudo no hay electricidad durante todo el día.
A veces consigues entrar, la película empieza… Pero pronto se para y en la pantalla aparece un anuncio que ya nadie lee por lo familiar que le resulta. Es una alerta. Se nos pide que evacuemos la sala lo más rápido posible. Y, resignados, salimos a la oscuridad de la calle, al silencio donde sólo se oyen los largos silbidos de los «serenos» que guían a la gente a los refugios, pasos apresurados sobre la grava de las avenidas y a veces el llanto agudo y lastimero de algún niño despertado con un sobresalto.
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Se accede al estudio a través de una avenida triunfal de palmeras, bordeada por grupos de cañas extravagantes, entre palacios y estatuas, vestigios de la última Exposición de Barcelona. El edificio es amplio, imponente, decorado con bustos en hornacinas, florones y un hermoso pórtico rodeado de arbustos podados. A mitad de subida al Tibidabo[vi] se puede contemplar la ciudad desde una perspectiva majestuosa. Una bomba ha abierto un boquete entre los arbustos y ha acribillado un trozo de muro, y cerca se puede ver el largo y triste edificio de un campo de concentración[vii]. La mitad del estudio se ha transformado en un cuartel[viii] y los nuevos reclutas (niños, ancianos, duros y decididos con uniformes de milicia) se ejercitan en el patio. Por la noche, cuando salimos, es la hora de la sopa de los soldados y el olor a aceite rancio nos hace sentir mal. En los escalones del pórtico de piedra, los milicianos comparten su triste rata con sus esposas e hijos que vienen de abajo y tienen más hambre que ellos. Y, las mascotas del estudio y del cuartel, una niña muy guapa y muy sucia y unos cuantos gatos sarnosos pedirán limosna en cada cuenco.
Los estudios son grandes y polvorientos, mal equipados e incómodos. Pero la buena voluntad lo compensa todo. El trabajo duro y la dedicación no son nada.

El primer día encontré a Malraux en un enorme ambiente de una droguería, repleto de escobas, plumeros, frascos, alambiques de cristal y balanzas de cobre. Fue allí, en esa tienda de persianas cerradas, donde se formó apresuradamente, en los primeros días de julio de 1936[ix], la milicia de un pequeño pueblo amenazado por la invasión franquista. Los hombres están allí, con cazadoras de cuero, con monos de trabajo, en mangas de camisa, con rostros serios, manos que todavía tiemblan mientras cogen los revólveres arrojados a montones sobre el largo mostrador. Hay gente de todas las edades, desde el joven de rostro ardiente y moreno que espontáneamente toma la iniciativa del movimiento[x], hasta el anciano tan gentil bajo su pelo gris, hasta el hombre delgado y cojo que quiere seguir a los demás de todos modos. Cuando se trata de bloquear el camino, un pecho es un pecho…
¿De dónde vienen estos hombres? De todas partes. Ellos son el pueblo. La mayoría son militares, movilizados aquí, de guardia, como los maquinistas, como los electricistas, como el ingeniero de sonido que se tuvo que ir a buscar al frente del Ebro, en barca… Los que tienen un papel importante son a veces actores profesionales, pero también cantantes de concierto, acróbatas, cómicos, tenores, y también campesinos, trabajadores elegidos porque tenían ese aspecto. Terminada la película, volverán a ponerse las camisas caqui y los fusiles y regresarán al frente… Y el que, en la escena de ayer, murió en primer plano, agarrando con su mano enrojecida una vejiga llena de sangre de paloma, morirá quizá mañana, anónimo, bañado en su propia sangre…
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Empezamos a rodar L’espoir en junio[xi], pero Malraux llevaba mucho tiempo pensándolo, meses, incluso antes de escribir la primera línea de su libro. Podemos decir que la novela y la película crecieron dentro de él simultáneamente, y que las concibió en paralelo. El cine le atraía, le fascinaba y también le preocupaba. Habiendo medido fácilmente las posibilidades y comprendido los principios, ignoró su cocción interna. Hace seis meses, nunca había puesto un pie en un set de rodaje, y ahora lo encuentro junto a la cámara, como por milagro, habiendo aprendido todo, comprendido todo, asimilado todo acerca de esta nueva profesión… y completamente absorbido por ella. A su lado, dos operadores parisinos, un traductor español y algunos asistentes algo torpes. A menudo más entusiasmo que eficacia, más conciencia que comprensión. Pero, acostumbrado a arengar a las multitudes, conoce el secreto de hacerse entender y obedecer, incluso por la gente pobre cuyo idioma no habla.
Tan pronto como se publicó la novela, le ofrecieron comprar los derechos para adaptarla al cine, para Rusia y para Estados Unidos. Pero, temiendo ser traicionado, alarmado con razón por el Último Tren de Madrid[xii] y otros Bloqueo[xiii], prefirió que se filmara, a pesar de obstáculos de todo tipo, con los medios más primitivos, en esta España que ama, a la que debe lo mejor de su obra.
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Rodamos cuando podemos y como podemos.
La mayoría de las veces al aire libre.
El sol español es menos caprichoso que la iluminación del estudio. En cuanto se detecta la presencia de un avión enemigo en un radio de cincuenta kilómetros, se da la alarma y se corta la electricidad durante cuarenta minutos. A veces hay tres alertas por día. Las escenas que luego están en las cubetas de revelado se estropean, y hay que empezar de nuevo… Así que, se empieza de nuevo… Paciencia, paciencia sobre todo, os lo dije, ese es el gran secreto…

Aceptamos la alerta como una recreación, como una relajación. El descanso. En cuanto suena, en cuanto la sombra gris invade el decorado, vamos a sentarnos en un rincón a escuchar a un admirable muchacho de dientes blancos que siempre tiene en los labios una vieja canción española y un bandoneón en las manos. O hacemos intercambios complicados de pastillas de sacarina, de panecillos de aceite o de tabletas de chocolate, en este país donde el dinero ya no tiene valor y donde hemos vuelto naturalmente al trueque. Un cigarrillo pasa de boca en boca, y aun así, es un lujo. Cuando llega del Prat una enorme sandía, regalo de un aviador, es una auténtica fiesta, y Julio Perra[xiv], un muchacho guapo como un dios que ha actuado durante años en Hollywood roe hasta la cáscara su tajada de fruta verde, crujiente y sin sabor, que engaña al hambre. Perra interpreta a Attignies, el joven rubio héroe del escuadrón, y tiene que ser decolorado todos los días con peróxido de hidrógeno. Pero, al cabo de dos horas, su áspera barba aparece en una sombra azulada, rompiendo el maquillaje y endureciendo el rostro del arcángel. Y hay que detenerlo todo para afeitar a Attignies.
También aprovechamos los avisos para dar una vuelta, para avistar un rincón donde pronto rodaremos. André Malraux nos lleva por las empinadas laderas de la colina, más allá de los senderos arenosos del parque. Él está buscando un lugar tranquilo en el jardín. Aquí es donde un tabernero matará a un miliciano. ¿Qué lugar para este asesinato salvaje y silencioso? ¿Este borde de acantilado, bordeado de altos girasoles de terciopelo amarillo y marrón, que ocultan y revelan entre sus anchas hojas el tejado a escala de una pequeña iglesia? ¿O este inocente huerto, con sus tiernas lechugas y sus hileras de guisantes? ¿O este rincón de césped, detrás de un cenador suntuosamente cubierto de clemátides? Sobre las pasiones de los hombres, sobre sus querellas, sobre sus crímenes, la naturaleza extiende, como el manto de Noé, su alfombra de plantas vivas.
El clima es agradable y cálido. En el cielo transparente vemos pasar los Fokkers, pequeños y silenciosos. Pero las bombas caerán más lejos, más allá de la ciudad y del puerto, sobre Badalona…
Y pronto el triple sonido de la sirena, anunciando el fin de la alerta, llama a todos de nuevo al estudio, y el trabajo comienza de nuevo…
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En septiembre, como durante el día se corta totalmente la electricidad, filmamos de noche. Y aprovechamos los días bonitos para ir a rodar al aire libre. Malraux ha concentrado varios episodios de su libro en un solo pueblo: la organización de las milicias campesinas, la escuadra internacional y Teruel. A lo largo del mes de mayo recorrió la España Roja, desde Figueras hasta Valencia, explorando decorados y paisajes.
Fuera del estudio, filmamos en las calles de Barcelona, y durante dos semanas en Tarragona, bajo un bombardeo más duro, con una luz ideal. ¡Pero qué dulzura se respira en los jardines de las murallas, llenos de higueras, berenjenas y jazmines!
Y siempre las innumerables dificultades, insuperables, siempre superadas. El avión prometido para el rodaje del día siguiente acaba de ser derribado. La película esperada en el Prat no ha llegado. Para las escenas de conjunto, se necesita un cañón, veinte ametralladoras, gorras, galones, cuatro avionetas, extras, permisos y sol…
Para filmar el descenso de la montaña, instalaremos un campamento en Montserrat, con toda la compañía y un gran número de milicianos y campesinos. Tenemos que alojarnos en un monasterio donde hay 1.700 camas. Pero una ofensiva sobre el Segre ha implicado la llegada de camiones llenos de heridos del frente, y las 1.700 camas han sido ocupadas. Así que tendremos que acampar, como podamos, en Collbató, al pie de la montaña. Comenzamos a filmar al amanecer.
(Continúa en la página 1134)
SABER +: UN INTERESANTE ARTÍCULO MUTILADO.
NOTAS:
[i] Curiosamente, el título Espoir se dio ya terminada la película, en Francia, por razones comerciales, cuando se pudo estrenar en 1945. Ver: https://www.visorhistoria.com/el-baile-de-los-creditos-1/ El título que se consideraba en 1938 era Sierra de Teruel.
[ii] Se supone que es Aurora de esperanza (Antonio Sau, 1938). Rodada en Barcelona, producida por SIE Films y proyectada con asiduidad, aunque existe un documental con tal título, dirigido por Louis Frank en 1938.
[iii] Se supone que se trata de ¡No quiero…, ¡no quiero…! (Francisco Elías, 1937). Rodada en Barcelona y producida por SIE Films.
[iv] Documental con una duración de 10 m.
[v] No menciona Barrios Bajos (Pedro Puche, 2937) en la que el protagonista era José Telmo, el González de Sierra de Teruel, que se proyectó con frecuencia.
[vi] Se refiere a los Estudios Orphea, situados en la montaña de Montjuich, y no la del Tibidabo, al otro extremos de Barcelona.
[vii] Posiblemente se refiere al Pueblo Español, convertido en el Campo de Trabajo nº 1. BENGOECHEA, Soledad (2004), Els secrets del Poble Espanyol. 1929-2004. Barcelona, Poble Espanyol de Montjuich, Página 165.
[viii] En los Estudios Orphea había unas dependencias del S.I.M. (Servicio de Información Militar).
[ix] Según el guion, en las secuencias IV y VI.
[x] Se refiere al personaje de Carral, interpretado por Miguel del Castillo. Ver: https://www.visorhistoria.com/el-baile-de-los-creditos-actores-2/
[xi] En realidad, a finales de julio. Ver: https://www.visorhistoria.com/4-el-rodaje-agosto-1938-1a/#_Toc192353427
[xii] The last train from Madrid (James P. Hogan, 1937)
[xiii] Blockade (William Dieterle, 1938)
[xiv] Julio Peña, actor que interpreta a Attignies en Sierra de Teruel. Ver: https://www.visorhistoria.com/un-topo-en-el-rodaje/