4.3.2. 2.500 en Collbató. (La verdadera historia del rodaje de Sierra de Teruel)
El sábado 8, con algo más de soltura organizativa, se espera realizar los planos generales que precisen de la totalidad de la tropa que les han cedido. Entre los habitantes de Collbató ha remitido la desconfianza, bastantes más se unirán también a la filmación. A pesar de ello, siguen con la consigna de evitar que las chicas jóvenes deambulen por el pueblo durante las horas en que la tropa está por allí[i]. Los niños, revoloteando entre los soldados, recogen las colillas que estos dejan caer[ii]. Ha sido una consigna: que no falte el tabaco.
Con la cámara ya colocada, ha sido algo más fácil organizar el cortejo. Se incorporan ya las camillas con los heridos y el ataúd, coronado por la ametralladora y un ramo de flores, para el supuesto cadáver de Saïdi. Aun no se tomarán planos medios ni cortos, pero conviene que la gente se habitúe a la presencia de los heridos entre ellos y también a las aparatosas cámaras y focos.
El objetivo es terminar con el rodaje del multitudinario cortejo para pasar luego a tomas con menos extras. Disponen a la tropa esparcida por la vertiente que, del pueblo desciende hasta la carretera que lleva a Manresa. Han conseguido un mulo, sobre el que colocan el ataúd y encima, la ametralladora que han traído de Barcelona. Un de Collbató lo conducirá en el centro de una comitiva más reducida que se aproxima a Collbató. Desde un punto algo más alto, toman el momento en que el féretro cruza un camino lateral. Los extras van acercándose lentamente al camino por donde habrá de pasar antes de entrar en el pueblo.
Malraux indica la orden a Aub, que ejecuta:
—¡Alto! Ha estado bien. Ahora regresen más o menos donde estaban. Los del pueblo, estén atentos.
Su voz llega hasta los techos de la iglesia y edificios colindantes, donde aguardan algunos de los reclutas.
—A mi voz, vayan alzando el puño como les explicamos.
El sonido se añadirá luego. Será una composición de Darius Milhaud[iii] hecha exprofeso para el filme. Así que Max irá dando instrucciones con el altavoz durante el rodaje.
—¡Ahora!, ¡acción! Los de la iglesia, brazo en alto. Ha de verse desde aquí. Sigan así… ¡Vale!, pueden descansar.
Han traído de nuevo la cámara hasta Collbató. Rehacen el último tramo del cortejo. Desde el mirador, van rodando como se acerca a la muchedumbre que espera. Un trávelin recorre toda su composición, enmarcando la impresionante montaña de Montserrat.
Aún no son las doce, pero Malraux indica que se proceda a repartir el rancho entre la tropa. Las inevitables lentejas, ya frías, llegadas desde Barcelona.
Gran parte de los soldados podrán regresar por la noche a su cuartel. Quedarán dos compañías que, con los lugareños, ahora todos queriendo participar, y algún refuerzo que pueda llegar desde el monasterio, bastarán.
Por la tarde procederán a rodar en sentido inverso a la marcha del cortejo. Aub se desgañita, puesto que es preciso un paso lo más acompasado posible, pero es difícil combinarlo entre las mujeres y niños del pueblo, algún viejo, y los soldados más acostumbrados a andar con energía.
Finalmente consigue que el cortejo se forme al inicio de la última curva del camino en sentido descendente. Desde allí, tomarán primero una aproximación desde mitad del camino, y luego otra desde el punto más cercano al pueblo, bajo la ermita de la Salud. La primera vez, sin decirlo, los han hecho avanzar sin filmar. La proximidad hace más difícil la toma que cuando solo se trataba de pequeños puntos negros en el recorrido desde la cueva.
—Bien, muy bien. Ahora volvamos a hacerlo. Venga, que se nos irá la luz. Cada uno en el punto que estaba antes.
Rezongando, tropezando entre ellos, un millar de personas retroceden por el camino, hasta desaparecer detrás de la curva. Aub les sigue. Recorre todo el cortejo intentando una distribución creíble de la gente. Luego, a la carrera, vuelve al lado de la cámara, donde Raiguera le espera con la claqueta.
—¿Preparados?, pues… ¡Acción!
Quedará suficientemente bien. Mientras van regresando al pueblo, Malraux le pregunta a Aub:
—¿Y Santpere?
—Habrás visto que esta tarde no necesitábamos el mulo. Así que se ha quedado en el pueblo montándolo para practicar. Josette está con él. Nunca ha montado a caballo, así que si queremos que quede creíble, deberá manejarse con un mínimo de soltura. Está haciendo las delicias de la gente de Collbató. Algunos le habían visto en el Paralelo y, para ellos su presencia es casi un acontecimiento tan extraordinario como el rodaje.
—Pues mañana vamos a ello. Ahora hable con el teniente. A ver cuantos soldados nos dejan. Lo tenemos que saber hoy, porque si faltaran llamaríamos al monasterio.
Así lo ha hecho. Se quedan trescientos. Se desmontan ya las tiendas y, a pie, anochecido, se dirigen a la estación de La Puda para regresar a Barcelona.
Santpere y Codina no han entrado aún en la filmación. Pero Aub insistió en que estuvieran allí desde el primer día para ambientarse. Además, su presencia ha dado una sensación de profesionalidad, de que la cosa va en serio, que no es una diversión sino algo necesario, imprescindible para la República.
El sábado, con la cámara bajo la ermita, se inicia el rodaje con la imagen del comandante Peña, un hierático Santpere, subiendo al encuentro de los heridos a lomos de un mulo y acompañado de un puñado de lugareños, dos niños entre ellos. La montaña, impresionante, ofrece el fondo ideal para el dramatismo que se avecina.
André comenta con Marion y Aub sus recuerdos. Aquel recorrido angustioso entre naranjos en cuanto supo que el Potez de Florein había sido derribado[iv]. Mora de Rubielos, con su hospital precario instalado en la escuela. Luego Linares, fin del camino. Subido en un mulo, como ahora Santpere. Belaïdi, muerto, tendido en una lujosa cama de la casa de los Lozano en Valdelinares. Heridos, con Maréchal con la cara destrozada, a quien Florein tuvo que evitar que se suicidara al ver el destrozo. Precariedad, miseria. Estas escenas deben quedar impecables, es nuestro testimonio de tanto sacrificio.
Belaïdi, el Saïdi de la película, que aún no han filmado. Quizá sirva el recomendado de Altolaguirre. Marion recuerda que deben acabar cuanto antes en el estudio la secuencia de los internacionales.
Suben la cámara a mitad del primer tramo. Se prepara un cortejo reducido delante del cual aparecerá el ataúd sobre una mula. No podrán

rodar lo que habían previsto en el guion, meses atrás: un asno cargado con un trozo del ala de un avión[v], imagen real del rescate efectuado en Valdelinares. Aub intenta que en primer término aparezcan gente de Collbató, incluso uno con un azadón. En el recodo, apunta una camilla con un herido.
Luego, con la cámara algo más elevada, se rueda el paso del cortejo, en fracciones reducidas: el ataúd, la camilla, una segunda camilla con el segundo piloto, Pujol. Escasos segundos que a buen seguro serán preciosos a la hora del montaje, a saber cuándo.
Malraux va viendo como la secuencia soñada va tomando cuerpo. Mutilado, pero cuerpo al fin y al cabo, ha pensado Aub. Su lógico empeño por conseguir grandes planos del cortejo que culminará en la Z final hará que algunos planos medios, con diálogos enriquecedores, queden finalmente sin rodar, o al menos sin montar, como por ejemplo los tres primeros en los que Pujol, montado en un burro, con la pierna rota, exclama: ¡Eh! Muchachos, ahí está Peña[vi].
Han subido al inicio del camino. Desde el rellano de la entrada a la cueva del Salitre contemplan la humareda de un bombardeo en Barcelona[vii]. Santpere, que ha subido a pie, comenta:
—Aquí estamos a salvo —fue la razón que él mismo se dio para acceder a pasar una semana en el pequeño pueblo que les acoge.
Codina, sin embargo, no es tan positivo.
—¡Cuanta gente sufriendo! Quizá también bombardeen Lloret. ¿Va a durar mucho el rodaje aquí?
—Un par de días —ha contestado Aub, mirando a Malraux que asiente.
—Si rodáramos mi parte, quizá yo podría regresar a Barcelona con vosotros esta noche y así estar con la familia el domingo.
Sin esperar a la autorización de Malraux, Page a quién Codina le cae bien, avanza:
—Primeros y medios planos con la Eyemo. Se puede hacer en una hora. Y con poca gente. Con gente de aquí y una veintena de soldados cubriremos el momento en que llega la camilla y los porteadores la depositan en el suelo para ser sustituidos. Santpere sobre el mulo, se acercará a él interesándose por su estado -mira a Aub. ¿Se caerá? — Esto lo podemos hacer con la Super-Parvo, y luego los primeros planos.
Malraux se encoge de hombros. No se pueden librar todas las batallas.
Así lo harán. Gente del pueblo y media docena de soldados como porteadores. Avanzan por el camino; bajan la camilla hasta el suelo. En este momento, una vieja se acerca al herido con una botella. Un campesino le impide el gesto,
—A ese no hay que darle de beber aunque lo pida. Lo dijo el médico —dice el extra, en un plano medio de él y la mujer, con la camilla a sus pies. Han escogido al que tiene menos acento catalán.
La vuelven a levantar mientras, en sentido contrario, aparece Santpere a caballo. Le mira fijamente. Por detrás del herido van desfilando los vecinos de Collbató, bastantes mujeres. Pocos en edad militar.
—¿Así que fue usted el que derribó el caza? —pregunta el comandante Peña al ametrallador.
Peña, ayudado por uno de los porteadores, se baja del mulo. Luego seguirá andando al lado de Codina.
—¡Corten! Esta vale. Pasemos a los planos cortos.
El oficial y el ametrallador hablan. Una herida en el vientre son cuatro horas, dice este, pidiéndole una pistola.
El comandante es reacio a dársela, previendo un suicidio. El aviador insiste con un argumento que podría interpretarse como una crítica a la política de Negrín de prolongar la guerra con su “resistir es vencer”. Dice:
—Bien está lo que está bien. Pero más es inútil.
Se la da. El herido acabará aceptando no usarla antes de que le haya visto el médico. Lo dice mientras la camilla desaparece por la izquierda.
—¡Corten! Excelente. ¿Está la vieja?
Max se acerca a un grupo de mujeres que se arraciman unos metros más allá. Previsor, sospechando que el acento catalán de las vecinas de Collbató no encajaría con el supuesto de la gente de la zona de Valdelinares, ha traído media docena de mujeres escogidas entre las refugiadas del estadio de Montjuich, previo un remedo de “casting”, para los planos de la secuencia XXXIX.
—La de las nacionalidades —solicita.
Avanza una mujer fuerte, decidida, que lleva a su madre, algo ida de la cabeza, cogida del brazo. Fue una condición que puso, y que a Max le pareció bien, pues daría realismo y verosimilitud.
—¿De dónde son los que no son de aquí?
Por detrás, van pasando componentes del cortejo.
—Uno alemán, otro francés.
Ella se lleva la mano a los ojos, preguntando por el origen de Márquez:
—¿Y el aquí?
—Español[viii].
Y señalando el ataúd.
—¿Y ese?
—Árabe.
—¡Uy, árabe! —dice sorprendida, mientras se une al cortejo que se aleja.
Page, con la cámara en la mano, pregunta:
—¿Qué queda? Aun tenemos un par de horas de luz.
Max consulta el guion que lleva:
—Vayamos a lo de Márquez. ¿Habéis traído el espejito?
Despejan el camino, y se dispone de nuevo el cortejo alrededor de la camilla que lleva a un herido con la cara vendada. André se emociona. Recuerda como su amigo del alma, Raymond Maréchal, siempre a su lado, quería suicidarse al verse desfigurado. Él, de buen parecer y con predicamento entre las féminas, no podía soportar verse con el rostro deformado. Solo la actitud decidida del piloto Florein consiguió disuadirle. Por imperativo de la República, supervisado por Mantilla, se había cambiado la nacionalidad del herido. Debía de ser un español, así que se le dio el nombre de Márquez.
La camilla avanza, al llegar a la altura del comandante, se para. En ella hay un herido con toda la cabeza vendada, circunstancia que ha hecho innecesaria la presencia del actor que lo encarna.
—¿Ves?
—No mucho, pero a usted sí le veo.
—¿Necesitas algo?
—Dile a la vieja que se marche a hacer puñetas con sus caldos. ¿Y la ambulancia?
—Tardaremos hora u hora y media en bajar.
Malraux recuerda que el penoso recorrido desde Valdelinares a Linares de Mora, último punto donde había podido llegar la ambulancia, requirió más de cuatro horas.

El comandante ha iniciado de nuevo la marcha cuando Márquez le llama. Aquél da la vuelta al mulo, estando a punto de caer. Malraux, en la distancia, se lleva las manos a la cabeza. Aub suelta un exabrupto. El herido pide un espejo a su jefe. Este responderá que no lo tiene, fuera de cuadro, ante la imagen de un espejito que habrá sacado de su cartera.
André mira al cielo. Algunas nubes no preocupantes. Aún aguanta la luz.
—Vamos: la Dolorosa.
—La Dolorosa, acérquese —le da el sobrenombre que le había indicado Malraux: una mujer delgada, cubierta de negro su cabeza, de mirada lánguida.
Peña se ha bajado del mulo, tentándose los riñones. Se sienta en una piedra.
La mujer se acerca a la cámara.
Aub indica: Da igual. Rodemos a la Dolorosa con la cabeza del mulo y alguien con la cazadora de Peña de la que solo se verá el brazo. Luego montamos.
La voz del comandante en off.
—Al que está herido en la cara será mejor que no le dé.
Ella, sujetándose el pañuelo en el pecho.
—No había otra gallina en el pueblo.
—A pesar de ello…
—Yo también tengo a mi hijo en el frente.
Solidaridad, generosidad, heroísmo. El pueblo con el ejército. Malraux está contento. Por la noche, ya en el Ritz, desbordará su euforia en Josette, que ve como no mejora su llaga en el pie. Ella dirá a su amiga Suzanne[ix]: “Hay unos planos muy hermosos. André está contento. El pie, en cambio, no está bien. La herida del talón es profunda y me duele bastante. Me ponen inyecciones. André me ha traído un frasco de perfume español. ¡esto demuestra lo enferma que estoy!”.

Con la poca luz que queda siguen con un par de planos, algunos segundos para aportar dramatismo o dar continuidad al relato. A día siguiente, podrán ya centrarse en rodar en el interior del pueblo. Aub no regresará a Barcelona para poder tenerlo todo a punto a las 8 de la mañana. Se ocupará de los maquillajes de los heridos, de tener de nuevo el ataúd coronado con una ametralladora sobre un mulo. Sigue haciendo buen tiempo.
Al llegar, Josette se le agarra del brazo.
—He tenido una idea. Cuando pasen por aquí —señala un muro sobre el que se situarán los aldeanos al paso del cortejo—, unas niñas en primer término recogerán las rodillas al paso del ataúd. Es un detalle pero dará una señal de realismo. ¿Qué te parece? A André le ha encantado.

Al no poder subir arriba y abajo del camino durante el rodaje, se ha tenido que quedar en el pueblo, hablando con las mujeres con la ayuda de una que habla algo de francés. Además del gesto de la niña, hija de una de las contertulias, también se habrá fijado en algunos rostros que después darán realce humano a la filmación.
—Pues claro. Muy bien pensado.
Lo escribirá días después a su amiga Chantal:” He hecho concienzudamente mi trabajo de script-girl en la montaña. Soy responsable de dos o tres planos de los que estoy no poco orgullosa”.
Se inicia el rodaje en la calle de Dalt, que en el montaje seguirá al cortejo multitudinario que se acercará al pueblo desde el recodo de la ermita, por la calle de la Salud, mientras la gente se va agrupando a su alrededor. Aub ha dispuesto extras a lo largo de todo el recorrido por la calle estrecha, pegados a la pared. Primero con la Debrie Super-Parvo desde la parte trasera de la comitiva. Luego, con la misma cámara, desde el paseo Mansuet, ruedan el cortejo pasando bajo un grupo de lugareños expectantes. Una aproximación dará pie a la sugerencia de Josette[x]. Al ver que se rueda, Josette abraza a André y le besa apasionadamente. Sonrisas entre las mujeres, muchas de negro, que presencian la escena.
Luego, apartando a los extras, colocan la cámara en lo alto del muro y ruedan a la comitiva de gente cabizbaja, acompañando las camillas que siguen al ataúd de Saïdi. También al personaje de Pol, con una pierna vendada, a lomos de un burro.
Pasarán todo el domingo 9 rodando planos de pocos segundos que luego servirán como racord durante el montaje. En especial un grupo de ancianos que, supuestamente al paso del cortejo y en especial el ataúd, alzan el puño en señal de homenaje y respeto.
Anocheciendo, los cámaras preguntarán a Malraux si pueden ya guardar el material. Todos se encuentran bien en aquella población que les ha acogido entusiasmada, donde no llegan las bombas, pero son conscientes de que la guerra avanza y se acorta el tiempo en que aún podrán seguir rodando. Y tienen aún muchas tomas pendientes. Algunos técnicos ya han ido sugiriendo, en especial después de cada bombardeo en Barcelona, que quizá deberían volver a sus hogares, que Berenguer y otros técnicos españoles podrían ser capaces de terminar lo pendiente. Pero Aub se ha opuesto:
—Queda la petite dame blanche, ha dicho en francés con un guiño a la compañera del director.
En efecto, una hermosa anciana, abuela de la casa donde se han alojado Thomas y Page, ha inspirado a Josette que se lo ha dicho a Max. Ella se lo ha dicho a André con un entusiasmo innecesario, ya que el francés es un gran partidario de tales imágenes: planos medios de rostros autóctonos, con el paisaje recorrido como fondo. Sus contactos con Eisenstein no han sido en balde.
Les llevará toda la mañana. Han puesto los rieles del trávelin, la cámara sobre la plataforma. Luego han llamado a la anciana, a otra vecina de Collbató y algunos habitantes más, dos niños entre ellos, para situarlos en el borde del camino. No ha hecho falta simular un cortejo. La cámara recorrerá lentamente, en un plano medio, a los allí sentados. Al llegar a la dame blanche, girará lentamente la cámara para mantener su imagen y encuadrar la montaña a su espalda.
Las familias que han acogido a los cineastas les ofrecerán, dentro de lo posible, una opípara comida de despedida. Por la tarde, el camión con el material y la camioneta con los técnicos se alejará camino de Barcelona. En los primeros metros, unos chiquillos de los que han participado en el rodaje les seguirán corriendo y agitando los brazos. Estamos a lunes, 10 de octubre de 1938.
Al día siguiente, Aub entra en el despacho de Producciones Malraux, en el Comissariat de Propaganda.
—¡Nos dejamos el aéreo! —exclama sin saludar.
Ya desde antes de empezar a rodar, Page tuvo la idea al subir al monasterio por el funicular aéreo que parte de la orilla del Llobregat. La euforia del día anterior borró cualquier planificación.
André se levanta de su silla y le mira perplejo. Reflexiona.
—Es verdad. ¡Que fallo!
—Bueno, es solo una toma, apenas diez segundos. Podrá ir la cámara con Berenguer cualquier día. Ahora lo que cuenta es activar los interiores en el Pueblo Español. Convoca a Lado y a los que hagan falta para el martes.
Empiezan a contar más con Manuel Berenguer, ya que tanto Page como Thomas muestran cada día más inquietud y ganas de regresar a Francia. Aub se desvive con el español. Se lo ha ganado con un hecho que hubiera podido ser muy grave: Interceptado por una patrulla de control, Manuel, que estaba inscrito como soldado de aviación, llevaba su salvoconducto para trabajar en el cine caducado. Estando en un cuartel para ser interrogado, llegó Max Aub y le sacó de allí. Tomaron una cerveza para celebrarlo y se fueron directamente a Orphea a rodar[xi].
El rodaje en el funicular queda para más adelante, a pesar de que la situación empeora por momentos. Lo filmarán una mañana de noviembre.
SABER +:
Secuencia XXXIX, ¿dónde y cómo se rodó?
Las cuevas del Salitre y Sierra de Teruel
NOTAS:
[i] Comentario al autor de la señora Eulàlia Pons que, con 6 años, vivió el suceso. https://www.visorhistoria.com/un-encuentro-entranable/
[ii] SELLÉS i PONS, M. dels Àngels (2011). De Chamartín a Collbató. La guerra civil viscuda per un nen (1936-1939). Barcelona, La mar de fácil. Página 126.
[iii] https://www.visorhistoria.com/musica-y-cine-guerra-civil/
[iv] https://www.visorhistoria.com/historia-del-potez-n-y-valdelinares/
[v] Ver nota manuscrita de Aub en el guion. Fondo Max Aub. Filmoteca Valenciana. Página 110.
[vi] MALRAUX, André (1968): 139.
[vii] El 14 de octubre por la mañana, se continuó bombardeando la Barceloneta y el puerto. ALBERTÍ (2004): 297.
[viii] En el guion mecanografiado original (IVC), hay dudas. A una primera versión indicando: “español”, sigue una corrección a mano de Max Aub: “alemán”, tachada luego y seguida de nuevo por “Español”.
[ix] CHANTAL (1976): 118.
[x] Ya en 1973, cuando Suzanne Chantal preparaba su libro Le coeur battant (traducido al español como Un amor de André Malraux), Malraux le escribió una carta insistiendo en que no olvidara esta contribución de Josette a la película, “que ella tenía en mucho”. TUEILLOU, Françoise (2023) Je pensé à votre destin. Paris, Grasset. Página 69. Así que Chantal añadió: “A ella se le ocurrió la secuencia en que las mujeres apartan a los niños cuando pasan las camillas”. CHANTAL (1976): 118
[xi] Testimonio de Manuel Berenguer en Archivos de la Filmoteca (1989), página 282.

